
Probablemente uno de los regalos estrella de las pasadas fiestas de Navidad han sido los altavoces inteligentes. Se trata de unos pequeños aparatos bastante sorprendentes, porque responden bien a nuestras órdenes verbales y además tienen una calidad de sonido aceptable, sobre todo en algunos modelos. No es de extrañar por ello que llamen la atención de los consumidores.
A todo ello se ha sumado una política de precios agresiva en los fabricantes, que han puesto unos importes asequibles para cualquier amigo invisible medio. Por unas pocas decenas de euros hay aparatos realmente interesantes.
Estos precios se han consolidado, con lo que finalmente estamos viendo una estrategia parecida a la que se empleó en su día con las impresoras y luego con las máquinas de café en cápsulas: vender barato el artilugio porque las ganancias vienen después, en forma de cartuchos de tinta o estuches de café. En este caso, los altavoces inteligentes lo que hacen es abrir todo el mercado de las suscripciones musicales. Sin ellas, pierden mucho de su valor e interés.
Interfaz de voz
Y es que los altavoces inteligentes están dando una nueva vida a una tecnología con cierta trayectoria, que es la del uso de la voz para interactuar.
Hace veinte años ya se manejaba el concepto de “portales de voz”, sobre todo en el campo de los servicios de valor añadido en telefonía. En aquella época, lo que se tenía en mente (y en algunos casos llegó a construirse) era un número de teléfono o similar, donde el usuario podía ir eligiendo opciones hasta dar con aquello que quería escuchar. Este planteamiento no tuvo mucho recorrido.
Solamente ha quedado algo de aquello en las líneas de atención telefónica de muchas compañías, y en algunas centralitas, que se han convertido en un laberinto de opciones robotizadas para horror de los que llaman.
Ahora es mucho más interesante (hipotéticamente), poder hablar con un agente inteligente que comprenda lo que le decimos y nos sirva lo que queremos. El problema es que ese agente debe realmente comprendernos. Por eso un servicio de este tipo está al alcance de muy pocas empresas en el mundo, las más avanzadas tecnológicamente como Google o Amazon, entre otras, que son las que están vendiendo estos aparatos.
Y es que el interfaz de voz sí tiene mucho sentido en algunos casos de uso muy concretos. Fundamentalmente, cuando estamos solos en un espacio cerrado, como un coche o nuestra casa. Ahí sí nos viene bien dar instrucciones orales. Además en el caso del coche tenemos las manos ocupadas en el volante, y la vista y la atención en la conducción. Es fácil de ver que las interfaces de voz en coches van a ser todo un éxito.
¿Y en educación?
Especialmente los altavoces inteligentes de Amazon funcionan con lo que esta empresa llama “skills” (en español “habilidades”), que son una especie de aplicaciones de voz específicas. Las hay por ejemplo para interactuar con algunas cadenas de radio, o para hacer pequeños jueguecitos sonoros. Llama la atención que en el caso de Google (aún) no hayan desarrollado esta posibilidad.
Para los más pequeños hay skills curiosas. Seguramente una de las más llamativas es una que consigue adivinar el personaje que estás pensando después de hacerte preguntas, un juego del veo-veo, juegos tipo Trivial o algunas de chistes o cuentos infantiles.
Pero también podemos encontrar algunos ejemplos de uso educativo de estas habilidades. Desde una “skill” que nos pregunta por las tablas de multiplicar hasta otra con la que practicar los verbos irregulares en inglés. Algunas grandes editoriales de libros de texto están haciendo pruebas en este espacio con una habilidad para trabajar el cálculo mental bastante interesante, o un complemento a los libros de texto que plantea preguntas por cada tema.
Desde mi perspectiva, los altavoces inteligentes son un dispositivo que puede venir bien en momentos puntuales de varios aprendizajes, donde la interacción oral tiene sentido. Alguno de los ejemplos citados, sin ir más lejos, van por un buen camino. Aunque aún queda cierto trabajo de depuración y de integración mayor con la tecnología de reconocimiento de voz y usuarios.
Todo esto, además, de momento en un entorno del hogar, y con un uso individual: un estudiante, un altavoz. En un aula para este uso concreto de momento no lo veo, pero estaré encantado de escuchar (nunca mejor dicho) recomendaciones.
Julián Alberto Martín