
Andreu Navarra es profesor, historiador y escritor. Colabora de manera habitual en diferentes medios escritos y es autor de ‘Devaluación continua’. El libro, editado por Tusquets Editores, es una obra que recoge la situación actual de la educación secundaria española, desde la perspectiva y la experiencia del propio autor. Ya el director general de ÉXITO EDUCATIVO, Víctor Núñez, escribía en la sección de firmas sus impresiones sobre este libro en Devaluación continua, un SOS por la educación secundaria. En esta entrevista (también disponible en nuestro podcast) el profesor catalán nos ofrece su diagnóstico sobre la situación de la enseñanza secundaria en España y algunas posibles soluciones.
En tu libro ‘Devaluación continua’ planteas un panorama inquietante, casi desolador, sobre la situación de la Educación Secundaria en España. ¿Qué te llevó a plasmar todo esto en un libro?
Me llevó ver cómo iban cayendo, uno tras otro, muchos compañeros en un desanimo, un nihilismo y una depresión muy profunda. Ver muchas veces desanimado al alumnado que no se cree la superchería, muchas veces cosas que nos presentan como nueva pedagogía y que, en realidad, no son más que una trasposición del sistema de mercado, de la sociedad, del rendimiento que se está implantando en estos momentos; y ver cómo unas estrategias que se presentan como pedagógicas… sospechar que, en realidad, lo que estamos haciendo con esta imposición acrítica de una serie de pedagogías, que es común todo esto en Occidente: estamos preparando a nuestros jóvenes para que sean falsos autónomos, para que acepten y obedezcan. Fuera de una sociedad más disciplinaria y más paternalista, pasamos a una sociedad del rendimiento que hace que todo el mundo sea hiperactivo y una sociedad un poco anaeróbica donde la actividad está siempre cronometrada. Estamos hablando de chicos que pueden tener doce o trece asignaturas, que no se sabe muy bien, nadie, dónde está situado; que no se distingue bien el tiempo del ocio del tiempo del trabajo. Hemos perdido límites, porque venimos de una sociedad muy disciplinaria y hemos creado una sociedad en la que el propio explotador es el explotado, que esto tiene que ver con el nuevo capitalismo de las nuevas plataformas y de la atención y, en lugar de reaccionar contra eso…
No sé por qué consideran que mi libro es inquietante. Yo no hago más que decir que lo veo medio bien, es decir, la red democrática de educación la tenemos; la red está, los profesores están, tenemos la implantación de una red democrática… ¿Qué hacemos con ella? ¿Avanzamos hacia una innovación real? ¿Hacia la escucha y la empatía con lo que necesitan nuestros jóvenes? ¿O les damos un sucedáneo de educación, con juguetitos y aparatitos para que estén entretenidos, perdiendo un poco el logro de lo que es la educación obligatoria, democrática, más o menos gratuita? ¿Por qué estamos creando una juventud que no tendrá posibilidad de acceder a un ejercicio libre de las Humanidades, de las Ciencias y de la Cultura? Lo que estamos haciendo es estresar a todo el mundo con burocracias muy diversas, tanto al profesor como al padre y al alumno.
En el libro hablas de tu experiencia como docente en algún centro privado o concertado, aunque también has estado en centros de Secundaria públicos. ¿Crees que la situación es extrapolable, es decir, se puede hacer una enmienda a la totalidad en todos los casos que tú denuncias?
A raíz de escribir el libro he entrado en contacto con profesores, sobre todo andaluces y de Madrid. El panorama que pintan es muy parecido: una apariencia de innovación acompañada de recortes. Es decir, la innovación, la sociedad inclusiva necesita más dinero, necesita más inversión. Estoy hablando desde una comunidad, un país, Cataluña, en cuya ley dice que se tiene que dedicar el 6% del presupuesto a Educación y se dedica el 2,8%. Lo que invertimos en educación es ridículo, es una broma. Aún así, reitero, dedico casi un tercio del libro a hablar contra los apocalipsis, es decir, esto no es un apocalipsis ni tenemos que llevarlo las manos a la cabeza y decir: “Esto es un desastre, Dios mío, basta”. No. Al revés. El instituto aún abre a las ocho y allí hay unas personas que se comunican. Lo único que estoy pidiendo, en el fondo, es que al profesor se le deje en paz, que le dejen dar clase, que le dejen transmitir sabiduría, que se pueda comunicar con sus alumnos, que dejen de ponerle obstáculos, que dejen de obligarle a utilizar unas herramientas que no necesita. Que no le obliguen todo el tiempo a hacer formularios; toda esa burocracia es totalmente innecesaria, porque la energía del profesor debería ir toda hacia las familias y hacia el alumnado. Porque tenemos que escuchar a estos alumnos, tenemos que atender a su emocionalidad y necesidades de sabiduría.
Ahora mismo se está iniciando un nuevo Gobierno, ¿qué le pedirías a la Ministra de Educación?
Que prohíba que los profesores hagan burocracia. Un profesor no es un oficinista, de la misma forma que un taxista no vende carne. Que no toquen nada, que no hagan nada, nadie, que nos dejen en paz. Que dejen en paz a la sociedad, que no nos vengan con sus pensamientos redentores. Que dejen dar clase. Que dejen que el sistema educativo sea plural y que dejen transmitir conocimientos. Que dejen comunicarnos con nuestros alumnos. Que podamos respirar, que tengamos tiempo. Que bajen las ratios para poder dar un servicio más personalizado a los alumnos. Delante nuestra tenemos personas, no tenemos ideologías ni futuros, ni cosas raras abstractas. No nos interesan los métodos que no sirven para nada. Que nos dejen tranquilos.
Desde tu perspectiva como profesor, ¿cómo valoras la situación de los directivos? ¿Cómo crees que se podría mejorar también la situación de la Educación Secundaria, en general, a través de la gestión de los centros?
He observado que cuando un equipo directivo se obsesiona con la implantación a marchas forzadas de ideas abstractas y teorías que no funcionan… lo que ocurre es que la plantilla se deprime, se estresa, huye la mitad de la plantilla al siguiente año y no hay manera de trabajar, porque estos proyectos no tienen continuidad. Pero hay otros centros —he trabajado en centros buenos que funcionan— donde el equipo directivo es empático y lo que hace es crear un proyecto que nace del entusiasmo y de la iniciativa de los propios profesores. Es decir, la revolución desde arriba, la imposición, lo que hace es deprimir al docente, pero la creación de un proyecto desde abajo puede crear una ilusión y un oasis de comunicación varia entre familia, alumno, profesor y equipo directivo que favorezca la innovación real. En un ejemplo concreto, en el instituto donde trabajo, en el Collbató hay una biblioteca que es la joya del centro, porque han convertido una asignatura alternativa en lectura. Entonces los grupos saben que hay una hora de silencio, una experiencia de silencio, donde todo el mundo lee. La biblioteca gestionada por profesores provee de esos libros, con una base de datos donde se controla el préstamo. Eso es iniciativa de los profesores y cuidan de eso como de una cosa suya. Ahora si viene un señor, te da un abrazo, te dice que todos somos felices, que vivimos en un mundo mágico, te hace hacer un puzle… pues, claro, todos los profesores tienen un máster o un doctorado… ¿qué hacemos haciendo puzles? ¿Qué hacemos evaluando puzles a alumnos de quince o dieciséis años? Por favor… con un poco de tiempo podemos hacer que nuestros alumnos investiguen, escriban, escriban, escriban… lean, lean y lean. Aporten, hagan debates, pero si nos imponen un currículo, absolutamente rígido, donde incluso está cronometrado lo que se tiene que programar: ¿en estos diez minutos usted qué hará? Además, con un nivel de burocracia que obliga a estar cinco horas programando una hora de clase, cuando un profesor tiene 150 alumnos y, a lo menos, seis horas de clase… es de locos. Esa persona acaba en el hospital.
Para concluir, Andreu, ¿cómo debería ser el mejor colegio del mundo?
Es una pregunta difícil, pero creo debería tener una ratio baja para que los profesores pudiéramos escuchar y comunicarnos de manera muy personalizada con los alumnos, con un ambiente cultural, con un ambiente lento, con espacios de silencio y espacios de festividad. Con mucha diferencia entre lo que es el ocio y el tiempo de trabajo donde se valorará el trabajo bien hecho y, sobre todo, donde no hubiera estrés. Porque yo lo que veo es que hay demasiado estrés entre profesores y alumnos. Porque los quemamos a base de estar siempre hiperactivos en actividades extraescolares, en asignaturas no necesariamente relacionadas. Un nuevo espacio, una nueva concepción que fuera más lenta y más cultural donde ir ahí fuera agradable y que sirviera para aprender.
Si quieres escuchar la entrevista completa a Andreu Navarra puedes hacerlo desde alguna de las plataformas en las que se encuentra el séptimo podcast de RADIO ÉXITO EDUCATIVO.