
Favorecer una buena convivencia escolar, donde el ambiente sea lo más relajado posible y existan canales de comunicación que faciliten a los alumnos el poder expresar sus necesidades e inquietudes, es una de las principales herramientas al alcance de los profesores para detectar y prevenir trastornos mentales y, con carácter general, combatir el fracaso escolar que ello suele conllevar.
Los especialistas de Recurra Ginso estiman que crear un buen clima educativo, donde prime la integración y se detecten y prevengan aquellas posibles dificultades que existan, favoreciendo la cohesión grupal, así como realizar cambios en las instalaciones educativas, cuidando el entorno donde estudian y conviven los alumnos, y actualizar los materiales y espacios a las necesidades de los menores, son otras de las acciones que pueden adoptarse y que paliarán este tipo de problemas.
Por supuesto, hay que fomentar la relación entre padres y profesores, donde ambas partes contribuyan a la enseñanza de los mismos valores, actitudes y dinámicas relacionales entre los menores. “Es imprescindible que los centros educativos potencien espacios de tutorías y formación del profesorado para que puedan adquirir y desarrollar las competencias emocionales del alumnado. Asimismo, incorporar en los colegios la figura del psicólogo educativo u orientador contribuirá a que el fracaso escolar disminuya”, explica Beatriz Urra, subdirectora clínica del Hospital de Día Retiro Recurra Ginso.
Pero no son los únicos agentes que han de implicarse en esta tarea común. Los padres son pieza fundamental también. Urra plantea una suerte de decálogo que sirva de inspiración a los cuadros directivos, en primer lugar, y luego al resto: profesores y familias.
Así, habla de establecer una figura de apego segura. Los padres pueden dar confianza a sus hijos a través de muestras de afecto, cercanía y escucha constantes, estableciendo límites claros y normas y fomentando la responsabilidad del menor.
También cuidar y prestar atención al modelo parental. Los menores observan e imitan constantemente a sus figuras parentales, por ello, es necesario prestar atención a los modelos de parentalidad que ofrecen los padres en la convivencia diaria.
Crear sentimiento de pertenencia. Cuando un menor se siente vinculado en el entorno familiar o escolar se sentirá más seguro para comunicar aquello que le pasa y buscar apoyo en este círculo.
Del mismo modo, gestionar y regular las motivaciones con las que los padres viven la educación de sus hijos. Involucrarse en la educación de los hijos y no condicionarles en sus elecciones formativas fomentarían la autonomía y seguridad en los menores a la hora de tomar decisiones.
Por supuesto, desarrollar hábitos de vida y ocio saludables. Los padres pueden promover actividades deportivas y formativas en el tiempo libre de sus hijos, sin saturarlos ni llenarles la agenda de actividades, puesto que es necesario que los niños aprendan a aburrirse, teniendo tiempo libre para jugar, descansar y dedicar espacio para ellos mismos.
Impulsar la capacidad para resistir y superar las adversidades que la vida trae consigo. En la vida aparecen muchos momentos difíciles a los que hay que hacer frente, es por eso que los padres pueden fomentar la resiliencia y enseñar herramientas a sus hijos para afrontar y potenciar la confianza en sí mismos.
Por último, buscar espacios y tiempos para poder desconectar de la rutina diaria. Dejar volar la imaginación mediante actividades, espacios y talleres fomentarán las risas, la fantasía y creatividad en los hijos. Asimismo, jugar desde la ternura, aparcar las pantallas y relacionarse con gente distinta, harán que el menor salga de su zona de confort y sepa reírse de sí mismo.