
No sé, amable lector, en qué fecha llegará usted a este texto. Por mi parte, estoy escribiéndolo el lunes 9 de marzo por la tarde noche. En estos momentos, leo en diarios digitales que en España hay al menos 1.204 casos de coronavirus confirmados, y 28 fallecidos. Por lo que parece, estas cifras de afectados y fallecidos por el coronavirus van a aumentar mucho. Y muy rápidamente.
Pero lo que me ha animado a escribir de urgencia esta columna es la información según la cual en Vitoria los centros educativos van a quedar cerrados durante 14 días. Y aquí el coronavirus empieza a golpear a nuestro querido sector. De hecho, mientras escribo estas líneas, en la Comunidad de Madrid se ha decretado el cierre de todos los centros educativos desde Infantil a Universidad.
Sin miedo pero con precaución
En general en todos los aspectos de la vida, pero más aún en estos casos de emergencia, creo que conviene actuar siempre guiados por el principio de prudencia. Estoy convencido de que el coronavirus no se convertirá en una plaga bíblica como la de la muerte de todos los primogénitos de Egipto, pero tampoco creo que debamos tratarlo como si fuera una simple gripe.
Es cierto que las cifras de afectados y fallecidos están en estos momentos muy por debajo de lo que sucede cada año desde hace mucho tiempo en los episodios de gripe estacional. Los que dicen que no hay que alarmarse tienen toda la razón. Pero aquí estamos ante algo distinto, y por eso se están tomando tantas medidas drásticas. Lo peor de todo este escenario es la incertidumbre.
La incertidumbre, precisamente, es la que está causando los mayores problemas, en forma de caída generalizada de las bolsas de todo el mundo, y pérdida global de confianza. Esperemos que esto no suponga una nueva crisis económica mundial.
Así, insisto, me parece que hay que ser prudente. Desde un punto de vista doméstico y familiar, debemos insistir a todos nuestros seres queridos en que tengan especial cuidado con la limpieza de manos y otras medidas profilácticas por el estilo, sobre todo al regresar a casa después de haber permanecido en lugares con afluencia de público. Además de intentar evitar posibles riesgos innecesarios, etc.
En el caso de las empresas, muchas en todo el mundo están optando por potenciar o facilitar el teletrabajo. Incluso se han hecho simulacros en los que miles de empleados han sido enviados a sus casas a trabajar para comprobar que una gran compañía puede ser dirigida en remoto.
En el caso de las empresas actualizadas o modernas, seguramente podrán seguir con su actividad normal gracias a la tecnología. El caso será algo diferente en muchos sectores donde resulta necesario e imprescindible la presencia de los trabajadores.
¿Y las escuelas?
En tanto que directores de centros educativos, ¿qué debemos plantear? Por supuesto, deberemos seguir las indicaciones de las autoridades competentes. Como no podría ser de otra manera. Puede suceder, como ya está empezando a pasar, que se decrete una cuarentena o un alejamiento de estudiantes y docentes de las aulas. Ya lo hemos visto en el caso de Vitoria y en la Comunidad de Madrid.
La pregunta es qué sucede si esa “cuarentena” educativa se alarga. De forma continua o en varios episodios diferentes. Tanto ahora como en el futuro. ¿Podría suceder que nuestros estudiantes pudieran perder el curso? ¿Habría un impacto severo en sus ritmos de aprendizaje?
Ante tal eventualidad, la mejor respuesta en un mundo ideal sería poder contar con unas escuelas modernas y actualizadas, como las buenas empresas, donde se puede teletrabajar. Pero por desgracia en la inmensa mayoría de los casos no estamos (todavía) preparados. Ni siquiera hay una palabra equivalente a “teletrabajo” para los colegios: ¿teleestudio?, ¿teleaprendizaje?
Desde luego, quizá no sea el momento de digitalizar deprisa y corriendo las escuelas de un día para otro. Seguramente nos equivocaríamos. No estoy apostando por ello ni muchísimo menos. E insisto en que esta crisis del coronavirus no debería convertirse en ninguna gran hecatombe, y que como sociedad la superaremos con el menor daño posible, que será seguramente más económico que sanitario. Pero el coronavirus sí nos deberá servir para aprender algunas lecciones.
Una de ellas, entre otras muchas, es que sí conviene que pisemos el acelerador de la digitalización de las escuelas. De esa manera no solamente estaremos respondiendo a la realidad (si la escuela quiere preparar a los estudiantes para ser buenos profesionales y buenos ciudadanos debe incluir tecnología), sino que además estaremos mejor preparados para superar posibles eventualidades futuras.
Es simple cuestión de prudencia.
Julián Alberto Martín