
Después de hablar sobre tabletas y sobre portátiles, esta semana abordamos una de las cuestiones más polémicas dentro de la relación entre tecnología y educación: el uso de los móviles en el aula.
La visión más extendida es la que concibe a los móviles primordialmente como un “arma de distracción masiva”. Esto es cierto. Un uso no reflexivo de los teléfonos inteligentes lleva a los estudiantes (también a los docentes y a cualquier persona) a dejarse llevar por un sumidero de tiempo y atención. Esto es una lacra en la sociedad actual, hasta el punto de que está afectando incluso hasta en ámbitos tan vitales como los accidentes de tráfico.
Frente a esta visión, realista, también hay otra que cae en la cuenta de que un uso reflexivo de una herramienta tan potente como los móviles, que no dejan de ser un pequeño (pero muy potente) ordenador de bolsillo, tiene un gran potencial. Esto sucede en la vida en general, y también específicamente en educación.
¿Prohibición?
Es comprensible que muchas políticas educativas en todo el mundo estén dictaminando la prohibición de estos dispositivos en las aulas. A priori, puede parecer prudente establecer que, mientras no se consiga articular un uso reflexivo de los móviles, éstos desaparezcan. Sin embargo, esta práctica, por muy eficaz que resulte a corto plazo, no deja de ser un fracaso.
Todas las tecnologías pueden resultar positivas o negativas en función del uso que se haga de ellas. Podría darse el caso de alguna tecnología que tuviera muchos más puntos negativos que positivos, o que los negativos fueran demasiado poderosos. En ese caso, esas tecnologías serán abandonadas tarde o temprano. Pero no funciona así en el caso de los móviles.
Desde hace unos años, prácticamente nadie concibe salir a la calle sin móvil. Hasta nos sorprende pensar cómo se hacían las cosas antes de esta nueva era que estamos viviendo. ¿Cómo se trabajaba antes sin ordenadores, sin Internet y sin móviles? Los móviles han venido para quedarse. Los hemos hecho necesarios. Y es así no solamente porque nos resulten atractivos como una droga (que también pasa), sino sobre todo porque nos resultan útiles.
Un mundo en el bolsillo
Los móviles no son únicamente una herramienta de comunicación vía voz o vía vídeo, asíncrona o sincrónica, con cualquier parte del mundo, sino que también incluyen una cámara de fotos y de vídeo, mapas y geoposicionamiento, navegador, acceso a un sinfín de elementos culturales en forma de texto, de multimedia e interactivo, libros, audiolibros, cómics, periódico, televisión, fotografías, blogs, radio, podcast, cine, música, videojuegos, realidad virtual, realidad aumentada, una forma de pago, calculadora, linterna, escáner, entradas a eventos, ticket de transporte, herramienta de compraventa, medidor de datos de salud, reloj y calendario, agenda, organizador, correo electrónico, edición de fotografía y vídeo, almacenamiento de archivos, redes sociales… Y todo eso, en el bolsillo.
La escuela no puede permitirse el lujo de dar la espalda a todo esto, y es necesario dar un uso reflexivo y ético a los móviles en el aula. Nadie dice que esto sea fácil. Pero es nuestra obligación dar el mejor uso a las herramientas de que disponemos.
Apartar los móviles de los colegios es una solución fácil, pero no es la mejor solución definitiva a la ambivalencia de esta herramienta tan poderosa y con tanto potencial. ¿Qué hacer exactamente con ellos? En esta sección iremos dando respuesta a esta pregunta.
Julián Alberto Martín