El bisiesto

Laura Lara y María Lara son profesoras de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades en la UDIMA.

¿Qué sucede si naces un 29 de febrero? ¿Que tu cumpleaños es móvil? Porque, aunque nos hayamos acostumbrado a ellos, no siempre han existido los bisiestos. La Tierra no tarda exactamente 365 días en dar la vuelta al Sol, sino que lo hace en 365 días, 5 horas y 48 minutos. En cuatro años, el desfase acumula más de 23 horas. Para corregir el desfase se añade un día más cada cuatro años.

Las profecías históricas se disparan cuando se aproxima un año bisiesto, expresión que deriva del latín bis sextus dies ante calendas martii (doble día sexto antes de las calendas de marzo). Parece un trabalenguas, mas no lo es, pues los romanos no contaban los días del mes del 1 al 31, sino tomando tres fechas de referencia: calendas, nonas e idus, tres secciones del mes en función de las cuales se señalaban los días pasados o que faltaban para llegar al jalón.

A comienzos del tercer milenio, está atestiguado el calendario solar egipcio, el cual se convertiría en la base del actual. Constaba de 12 meses de 30 días, junto a 5 días adicionales. Se fundamentaba en la observación de la salida “heliaca” de la estrella Sirio (la más brillante del firmamento), hecho que marcaba la época de las inundaciones del Nilo.

El calendario es producto de la adecuación de los fenómenos astronómicos a un cómputo oficial, a partir del cual se organiza la actividad humana. Calendarios ha habido muchos a lo largo de la Historia, aunque el nuestro tiene sus orígenes en el romano.

Transcurría el año 49 a.C., cuando Julio César llegó a Egipto. Hasta entonces, el calendario romano cargaba siglos de desfase debido a la imprecisión. El año de Rómulo tenía 10 meses: marzo (en honor a Marte, dios de la guerra), abril (por Afrodita), mayo (por la diosa Maia, que otorgaba la fertilidad), junio (por Juno, la esposa de Júpiter), quintilis (quinto), sextilis (6), septiembre (7), octubre (8), noviembre (9) y diciembre (10).

El segundo rey de Roma, Numa Pompilio, añadió dos meses: enero (por el dios Jano, de dos caras, una hacia el pasado y otra mirando al presente) y febrero (por la fabrua, fiesta de purificación). Dos meses, los Mercedonios o Intercalares, añadidos cada 4 años, trataban de cooperar, en vano, al reajuste. Antes de que el nacimiento de Cristo marcara la era, el cómputo venía marcado por la fundación de Roma (753 a.C.), como los griegos tenían como hito la primera Olimpíada (776 a.C.).

El caso es que, en la tierra de Cleopatra, entre otros beneficios, Julio César halló un excelente calendario. Delegó en el astrónomo Sosígenes de Alejandría la tarea de afinar en exactitud. Sosígenes entregó a César su calendario entre los años 48 y 46 a.C., basado en el egipcio, pero conservando los nombres romanos. Este calendario poseía una duración de 365 días y un día adicional cada 4 años, en aras de compensar el desfase natural producido por la revolución no sincrónica de la Tierra en torno al sol. Para compensar el desfase y partir de un año cero, el 46 a.C. tornó en el más largo de la Historia, con 445 días. Por la iniciativa particular y los efectos, fue llamado “año juliano” o “año de la confusión”.

El calendario juliano estuvo vigente en Europa durante 16 siglos, aunque arrastrando el error de 11 minutos y 14 segundos con respecto al año solar, una incidencia que ya se advirtió en el Concilio de Nicea (325 d.C.), en tiempos del emperador Constantino, y que no se corrigió hasta 1582, en que se adoptó el calendario gregoriano.

Ayudado por el científico italiano Luis Lilio y el jesuita alemán Christopher Clavius, viendo que el equinoccio de marzo llevaba un adelanto de 11 días desde que el calendario juliano, Gregorio XIII decidió reformularlo. A la Iglesia le preocupaba especialmente este error que afectaba a la celebración de la Pascua de Resurrección y otras fiestas movibles que dependen de ella.

Para poner en marcha este trascendental cambio, el papa promulgó el 24 de febrero de 1582 la bula Inter gravissimas, en la que establecía que al jueves 4 de octubre de 1582 lo seguiría el viernes 15 de octubre. Esto supuso que Teresa de Jesús, fallecida justo el 4 de octubre de 1582, figure como enterrada 11 días después, cuando en realidad recibió sepultura en la jornada siguiente al óbito.

Desde esta reforma, el Domingo de Resurrección es definido por la Iglesia católica en el siguiente domingo al primer plenilunio después del 20 de marzo. El cráter más grande de la Luna hoy lleva el nombre de Clavius, su compañero, Lilio, ostenta la “propiedad” de otro, aunque en vida no pudo ver aplicada su reforma pues murió en 1576.

En consecuencia, Gregorio XIII dispuso adelantar el almanaque oficial 11 días, para remediar el fallo acumulado desde el año 46 a.C. Gregorio estableció como regla de los años bisiestos que tendrían la cadencia de 1 de cada 4, excepto aquellos terminados en 00 (divisibles por 100), salvo si son divisibles entre 400, o lo que es más fácil que sean divisibles entre 4 las dos primeras cifras, por ejemplo, fueron bisiestos 1600 y 2000. Aun así, cada 10.000 años tendríamos 3 días de pequeño desfase.

Los bisiestos son una aplicación didáctica de los contenidos de historia, geografía, física, aritmética y geometría. ¿Para qué sirven las matemáticas que se estudian en el colegio? Esa pregunta se resuelve fácilmente con la conjetura del bisiesto. Lo importante es tener ganas de aprender y, a falta de almanaque, disponer de una tiza para poder hacer los cálculos sobre el suelo a modo de observatorio.

 

Doctoras Laura Lara y María Lara, Profesoras de la UDIMA, Escritoras Premio Algaba y Académicas de la Academia de la Televisión.

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