El desafío y la paradoja de la salud mental de estudiantes (y profesores)

El pasado viernes se hacía público el estudio ‘La salud mental en el estudiantado de las universidades españolas’ realizado por los ministerios de Universidades y de Sanidad que nos ofrecía resultados absolutamente preocupantes. Solo dos datos deberían abrir los titulares de todos los informativos: la mitad de los estudiantes reconoce problemas de salud mental, mientras que uno de cada cinco dice tener ideas suicidas. Sin embargo, los medios sistémicos de nuestro país han estado este fin de semana ocupados con los tiras y aflojas de nuestros políticos en campaña y con la boda de la tal Tamara y un tipo del que no quiero invertir ni una sola neurona en buscar su nombre.

Estos resultados no sorprenden a los que damos clase en la universidad y vienen a revalidar datos de los que ya dimos debida cuenta en ÉXITO EDUCATIVO y que venían de la mano de un estudio de la Universidad de Oviedo en colaboración con otras universidades españolas. En ese estudio se nos proporcionaban cifras muy similares. Sin embargo, hay una serie de novedades en el estudio presentado por el Gobierno, a través de sus ministerios, que deben llevarnos a una profunda reflexión. Se trata de las recomendaciones emanadas de la consulta realizada a los propios estudiantes preguntados por cómo se podría mejorar su bienestar emocional. Me voy a detener en algunas de las más importantes. A saber: agilizar los trámites de las becas y los plazos de resolución, acceso ágil a la información de los servicios universitarios y reducción de la burocracia, garantizar las necesidades especiales de las personas con discapacidad de acceso al aula, fomentar la formación continuada del equipo docente y mantener una ratio adecuada en el aula y los grupos reducidos. También se recomienda establecer protocolos preventivos contra la discriminación y el acoso, cuidar el trato en el cambio de nombre de las personas trans e intersexuales, fomentar las prácticas externas, aumentar el contenido práctico en los planes de estudio, fomentar encuentros a nivel estatal y promover foros de encuentro para compartir experiencias que mejoren la vida en la universidad.

He de decir que sobre el papel, que siempre lo aguanta todo, me parecen muy bien todas estas propuestas, pero, como antiguo alumno y ahora como profesor universitario, yo me pregunto: ¿todos estos problemas eran más o menos importantes hace 30 años cuando en cada clase había más de cien alumnos, donde las becas cotizaban muy alto, hablar con los profesores era solo en caso de emergencia, donde la burocracia te obligaba hacer colas interminables únicamente para poder matricularte en una universidad donde los protocolos preventivos de discriminación se basaban únicamente en los valores éticos con los que cada uno venía de su casa, en los que el intercambio intercultural consistía en el exotismo de unos cuantos alumnos de Europa con las primeras becas erasmus o de Iberoamérica que venían normalmente a planes de posgrado? Por no hablar de las prácticas externas que cada uno se buscaba por su cuenta y los encuentros estatales se reducían a los cursos de verano y algún que otro fiestorro universitario que cruzaba los límites de su campus.

No tengo datos de la salud mental de los universitarios de aquella época, pero sí recuerdo que cuando entré muchos profesores nos dijeron que íbamos a “vivir los años más felices de nuestras vidas” y no se equivocaban. Para mí, y para gran parte de mi generación, afortunadamente sí lo fueron. Sin necesidad de estos estudios, solo hay que darse una vuelta por las facultades de ahora para ver ese ambiente enrarecido y esa falta de alegría. Sin ser psicólogo ni psiquiatra, me da la impresión de que lo estamos viendo los profesores en las universidades es más bien a una juventud absolutamente desmotivada, aturdida y desnortada y no precisamente por falta de medios o recursos que ni hubiéramos soñado los que ya peinamos canas y entramos en la universidad hace tres décadas. Es seguro que la pandemia ha hecho mucho daño, pero no podemos únicamente justificarlo todo con ella. Igual el problema está en una sociedad enferma que encumbra las causas para poner cadalsos a las consecuencias, en la que la droga dura de las redes sociales ha sustituido el “colocaos y al loro”, donde los referentes de los jóvenes son ‘youtubers’ e ‘influencers’ orgullosamente ignorantes y apologetas de la ostentación, la frivolidad y/o el sentimentalismo más simplista y manipulador. Quizás también deberíamos mirar hacia la motivación y el bienestar emocional del profesorado, pues, ¿pueden transmitir optimismo y esperanza docentes aplastados por la burocracia y la informática? ¿Pueden contagiar alegría profesores dependientes de un delirante sistema de desarrollo profesional basado en la dictadura de los ‘papers’, con salarios ridículos en la mayor parte de los casos?

Creo que los datos son lo suficientemente terribles para que las autoridades, la sociedad, las familias y los profesionales de la enseñanza nos lo tomemos muy en serio, pues el futuro se presenta muy negro con estudiantes angustiados y deprimidos. Y hablamos de universitarios que, al fin y al cabo, tienen el privilegio de estudiar casi todos gracias el esfuerzo de sus padres y del sufrido contribuyente del que salen becas y presupuestos de universidades públicas. No quiero ni pensar si esta encuesta se hace a otros colectivos de jóvenes sin estudios ni trabajo, o nos la hacen a los docentes universitarios. La pista nos la dan los profesores de las etapas obligatorias, pues como saben todos los que siguen ÉXITO EDUCATIVO hemos realizado durante mayo y junio, junto a UDIMA y Educar es Todo, el trabajo de campo del I Estudio Nacional sobre el Estado de Ánimo del Docente y aunque la investigación se centra en el profesorado no universitario, ya les adelanto que la situación de los docentes no es mejor que la de los universitarios. Quizá por ahí, tengamos un buena explicación de lo que después llega a la universidad.

En fin, este verano me releeré “Más Platón y menos prozac”, igual en la Filosofía encuentro las respuestas que los ansiolíticos y los falsos profetas nunca nos van a dar.

Víctor Núñez Fernández, director de ÉXITO EDUCATIVO y profesor universitario

 

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