El Gran Capitán, lección de resistencia (I)

El Gran Capitán
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Toda la Historia se nos antoja compararla con un ser humano, tendencia a la caracterización fisonómica que puede revelar tintes de los intereses de los tiempos pretéritos y de las inquietudes de los presentes. Y un “gran humano” precisamente de la época dorada de los Tercios, la Edad Moderna. Porque, a diferencia de Leviatán, el monstruo bíblico, o el Estado tiránico de Hobbes, estamos convencidas de que la grandeza no reside en el tamaño del gigante, sino en la humildad y el sentimiento sincero de los pies de barro.

En este 2020, terriblemente sacudido por la pandemia, hay una silueta que alienta a continuar impulsando, a partes iguales, la firmeza y el diálogo, el recuerdo y la solidaridad.
El título con el que se conoce a este sujeto es el de Gran Capitán, y hemos de aclarar que no fue pretencioso, sino merecido, el adjetivo que se le aplicó.

Nació en Montilla (Córdoba) el 1 de septiembre de 1453, el año de la toma de Constantinopla por los turcos, cuando caía el Imperio Romano de Oriente y la imprenta se abría paso en la difusión de la cultura.

Hijo segundo del V señor de Aguilar de la Frontera y de Priego de Córdoba, Gonzalo tuvo que aceptar que princesa Isabel, la mujer de sus sueños, a la que había servido con donaire de mocedad y fidelidad extrema, era desposada por el aragonés, primo de ambos. No fue fácil liderar las tropas en los últimos años de la guerra de Granada, la familia de Boabdil era un avispero de conjuras y, en paralelo, la corte castellana no paraba quieta, ya fuera por la rivalidad con el hermanastro Enrique IV, la disputa abierta contra la supuesta sobrina de Isabel, Juana la Beltraneja, o las extensas cabalgadas apaciguando las maniobras del marqués de Villena, unas veces a favor de los duques del Infantado, otras dorando la píldora al arzobispo Carrillo…; no obstante, de cualquier modo, siempre espiando a través de la celosía de Belmonte para colocar a los suyos en buen sitio.

En el epílogo del Medievo, otra de las virtudes de Gonzalo Fernández de Córdoba fue su talante negociador. Así lo demuestran las cartas cruzadas con el soberano aragonés.
En una de ellas, éste se desahoga con el más fiel caballero, comentándole la indignación que siente por el trato que el archiduque Felipe (mal llamado “El Hermoso”) le daba a su hija Juana (injustamente “La Loca”): “que no se ha contentado con publicar por loca a la reina, mi hija, su mujer, y enviar acá sobre ello escrituras firmadas de su mano, e más he sabido que la tienen en Flandes como presa e fuera de toda su libertad. E que no consienten que la sirva ni vea ni hable ninguno de sus naturales, e que lo que come es por mano de flamencos, y así su vida no está sin mucho peligro”.

Las epístolas del Gran Capitán se han hecho célebres en los últimos años como vanguardia de geoestrategia. Liderazgo que es preciso alentar, junto al espíritu del compañerismo, entre los estudiantes en los centros educativos. Pero, antes de ahondar en el secreto de sus códigos, hablaremos de su ingeniería de la paz y de su apuesta decidida por la defensa de la verdad.

Doctoras MARÍA LARA y LAURA LARA
Profesoras de la UDIMA, Escritoras Premio Algaba y Académicas de la Academia de la Televisión.
Coordinadoras del grupo de investigación de la UDIMA “(GI-14/2) Espionaje en los siglos XVI-XIX. Experiencias de innovación educativa

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