
Algo que desde hace muchos años me ha llamado la atención es el hecho de que en la mayoría de estudios internacionales sobre el impacto de la tecnología en la educación no se menciona el software que utilizan los estudiantes evaluados. Con software no me refiero al sistema operativo de los dispositivos, o a qué programas de ofimática se usan, sino a qué software educativo es el que tienen los estudiantes a su disposición en el aula.
Los dispositivos no son más que la infraestructura sobre la que se construye la experiencia educativa del estudiante, y ciertamente pueden condicionarla en general, o incluso determinarla en algunos aspectos. Me refiero a que por ejemplo con un móvil o con una tableta es más engorroso crear contenido que con un portátil. O al revés: no es posible habitualmente tomar fotografías con un ordenador, mientras que con un dispositivo de bolsillo esto es algo trivial.
Pero los dispositivos se quedan ahí. Es importante elegir bien qué dispositivo es el más adecuado en cada caso. Pero lo verdaderamente importante es el software educativo con el que van a trabajar los estudiantes, y los docentes.
¿Máquinas mágicas?
Sin embargo, y como comentaba al principio, habitualmente en los estudios sobre el impacto de la tecnología en educación no se habla de software educativo. Solamente se analiza la presencia de hardware, en cuánta cantidad, cuántos aparatos en relación con el número de estudiantes, etc. Afortunadamente, esto es algo que va cambiando, y cada vez hay más estudios sobre programas de software concretos. Pero la tendencia general sigue siendo la misma.
Esto es bastante extraño. De hecho no sé si tiene sentido en realidad para un aula y el desempeño educativo de los estudiantes evaluar si hay o no “cacharros”. ¿Y si estos aparatos están desfasados y por ello no se utilizan? ¿O si no tienen conexión a Internet? ¿O si ni siquiera se han sacado de sus cajas? Son realidades que hemos vivido en la escuela española durante muchos años.
¿Es que la cacharrería debería influir en los estudiantes de alguna manera mágica? ¿Habrá más motivación por el simple hecho de que las aulas tengan aparatos apagados? ¿Son los ordenadores o las tabletas o los móviles factores educativos por sí mismos?
Lo cierto es que las máquinas no son mágicas. Como sucede con todas las herramientas, su utilidad depende del uso que se haga de ellas. Y puede ser un uso bueno o malo. Depende.
Uso del software
Si queremos evaluar el impacto de la tecnología en educación, deberemos fijar nuestra atención en el software educativo que utilizan los estudiantes (y los docentes). O en el uso educativo que se hace del software de propósito general. Lo contrario es perder el tiempo. Y parece que es lo que se ha hecho hasta ahora en los estudios habitualmente.
Pongamos un estudio internacional (supongo que les resulta familiar) que analice los resultados en Matemáticas de los estudiantes que utilizan medios digitales frente a los que siguen tecnologías del siglo XVI como los libros.
- En el caso de la escuela tradicional, cabría preguntarse si los estudiantes mejoran o van a peor utilizando didácticas varias como Singapur, ABN, u otras. De hecho es muy habitual encontrar análisis que ponderan el uso de alguna de estas metodologías en particular frente a otras opciones.
- En el caso de una escuela digital, al menos hasta ahora no se suele evaluar qué títulos digitales específicos se están utilizando, ni cómo funcionan exactamente, si son o no adaptativos y ofrecen un valor añadido real o simplemente son documentos PDF puestos en pantalla.
Y es que aún estamos en los albores de la escuela digital, en sus primeros años y décadas. Es necesario tener criterio sobre software educativo, o sobre uso educativo del software. A ello nos iremos dedicando en próximas semanas.
Julián Alberto Martín