Es el momento de transformar los espacios educativos

Pensemos en nuestra infancia. Ahora intentemos recordar, además, cada rincón de nuestro colegio: el vestíbulo de entrada, el aula, el patio… Somos conscientes de los enormes cambios que están sucediendo a nuestro alrededor en los últimos años, originando transformaciones sociales, económicas y tecnológicas. Sin embargo, al recordar nuestro colegio y compararlo con las escuelas a las que asisten hoy los alumnos no conseguimos observar una actualización ligada a los cambios mencionados.

El entorno físico inmediato condiciona nuestro comportamiento y nuestra manera de sentir y comprender lo que nos rodea, por lo que el espacio de la escuela ha de contar con entornos que motiven, inspiren y estimulen, apoyados en espacios confortables, que transmitan sensación de bienestar, generen tranquilidad y contribuyan a mejorar la concentración, espacios accesibles, permitiendo su uso independientemente de las habilidades o capacidades de sus usuarios, espacios de convivencia, favoreciendo la conversación y la relación, espacios flexibles, facilitando la participación del alumnado en diversos contextos, y espacios sostenibles, conscientes de las problemáticas ambientales actuales.

Pero ¿cómo podemos lograr que el entorno escolar sea entendido como un elemento fundamental en la experiencia de aprendizaje del alumnado? Los sistemas educativos actuales focalizan el aprendizaje de manera casi exclusiva en el aula, sin embargo, la realidad es que gozamos del privilegio de aprender en múltiples espacios, traspasando las paredes del aula; por lo que encontramos una desconexión entre los sistemas educativos y la forma de aprender. En ello radica la importancia de fomentar una transformación del entorno escolar vinculada a la relación entre el alumnado y el espacio físico, entendido este como espacio de aprendizaje.

El alumnado en el centro

Este cambio de paradigma genera una novedad a la hora de concebir el contexto, por lo que se entiende como fundamental situar al alumnado en el centro del proceso de cambio, confiando en su capacidad en la toma de decisiones vinculadas al espacio en el que se relaciona, experimenta y aprende, y a la comunidad educativa como agente activa en una transformación coherente y adaptada a los objetivos compartidos.

El proceso para poder llevar a cabo esta transformación parte por detectar, a través de un diagnóstico participativo, las necesidades e intereses de la comunidad educativa, para continuar con la elaboración de un plan de acción basado en la ideación de soluciones que den respuesta a las inquietudes detectadas.

Cada contexto, cada metodología y cada política de centro definirán unas necesidades determinadas que marcarán las características del espacio de aprendizaje. Cada centro educativo es una pequeña sociedad. Por ello, se considera clave proponer un proceso de diseño que involucre a toda la comunidad educativa para que el nuevo modelo se entienda como algo creado por todos y para todos, implicando una reflexión colectiva que genera un aprendizaje y una nueva manera de entender y relacionarse con el entorno.

Marta Barbero Calderón, arquitecta en La Urdimbre

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