Innovar, una auténtica obra de ingeniería humana

Innovar, una auténtica obra de ingeniería humana

Si estos días entras en cualquier red social, verás que están plagadas de anuncios de congresos, seminarios, ponencias, jornadas, mesas redondas, “lives”… en los que expertos comparten y debaten sobre temas educativos. “Renovarse o morir”, dice el refrán popular. Y en este quehacer estamos prácticamente todos los que nos dedicamos a la educación.

Y es que prácticamente todos los centros estamos subidos al carro de la innovación. Unos llevan más tiempo, otros acaban de subirse y otros tienen la firme intención de hacerlo pese a que están aún dilucidando cómo hacerlo.

La educación ha estado estancada mucho tiempo, algo que en otras profesiones como la medicina o la tecnología sería impensable. ¿O es que acaso te pondrías en manos de un cirujano que no se ha “reciclado” desde que se doctoró 30 años atrás? ¿O te imaginas seguir trabajando con máquina de escribir y sin internet? Yo, desde luego, no.

¿Qué es innovar? ¿Es realmente necesario?

Pero antes de entrar en los porqués, me gustaría abordar qué entendemos por “innovar”. Según Medina Salgado y Espinosa Espíndola, el término “innovar”, que etimológicamente proviene del latín innovare, quiere decir cambiar o alterar las cosas introduciendo novedades.

Y cambiar o alterar las cosas supone ir a su raíz, repensarla, reflexionarla. Innovar supone mirar el cómo estamos haciendo las cosas y evaluar el impacto y los resultados que tiene en toda la comunidad educativa (alumnos, familias, docentes), desde diferentes prismas, con el objetivo de mejorar.

Innovar supone estar al corriente de lo que la ciencia nos dice. Porque no tiene sentido que un cardiólogo conozca perfectamente cómo funciona el corazón, pero un maestro no sepa cómo funciona el cerebro, principal órgano del aprendizaje.

¿Para qué o para quién innovamos?

Entonces, si entendemos qué es la innovación y su necesidad. ¿Por qué la educación ha estado parada tanto tiempo? ¿por qué siguen tantas escuelas viviendo una realidad gestada en el s. XIX? Aunque quizá la pregunta más adecuada sería… ¿qué es lo que nos está impulsando ahora a “ponernos las pilas”?

En algunos casos, la necesidad acuciante de atraer alumnado es el principal impulsor hacia la innovación. En los tiempos actuales en los que la natalidad brilla por su ausencia, los equipos directivos se ven empujados a dar un golpe de timón y a buscar nuevas vías de atracción del cliente.

En otros, la “presión” que ejercen los cambios legislativos es la que empuja a los centros a formarse para implementar aquello que la nueva ley impone.

En algunos otros, el “estar a la moda”. ¿Ahora “se lleva” el Flipped Classroom? ¿Se pone de moda la Gamificación? ¿O el PNL, ABP o TBL?

Pero, ¿son estos motivos lo suficientemente profundos como para plantearnos la necesidad de innovar?

Pese a ser todas ellas razones justificadas, quizá el foco tendríamos que ponerlo en la razón última de la existencia de un colegio: el bien del alumno. El principal motivo para innovar debería ser crear valor para el alumno, no ser mejor que el colegio de al lado.

¿Cómo innovar?

Pretender darle un giro o transformar una escuela impartiendo formación a los profesores, con la esperanza (o la fe ciega) de que al día siguiente todo se esté implementando en el aula, es poco menos que irreal.

Innovar requiere de unos pasos que conviene tener presentes:

1. En primer lugar, se debe partir del PROPÓSITO de la escuela, que ha de ser claro. Este propósito es la promesa o compromiso establecido con las familias y que toda la comunidad educativa debe conocer y destilar en su día a día.

2. Esta promesa debe traducirse en ACCIONES PLANIFICADAS coherentes y honestas con el compromiso. Estas acciones deben dibujarse en función de las necesidades del centro, de sus debilidades, pero también de sus fortalezas (para potenciarlas y darles visibilidad). Por otra parte, se han de temporalizar en un cronograma en el que personas responsables velen por su cumplimiento.

3. Y como todo lo que se aprende y se emprende, es necesaria una EVALUACIÓN DE RESULTADOS. ¿Cuándo los vamos a evaluar? ¿Con qué herramientas? ¿Y en base a qué criterios?Y pese a que los tres pasos pueden estar bien claros, dibujados y aterrizados, es importante ser realistas. Trabajamos con personas y cada miembro de nuestro equipo tiene un ritmo propio, una mochila vital personal e intransferible.

Y este ritmo viene definido por su histórico vital: emociones, miedos, inseguridades, vivencias…

Como equipos directivos debemos conocer esos ritmos, entenderlos, acompañarlos y poner los medios que cada profesor necesita para avanzar.

Así que, como ves, innovar es una auténtica obra de ingeniería humana, ¿estás de acuerdo?

Anabel Valera Ibáñez, directora ejecutiva de la Red de Directivos de Instituciones Educativas en España REDIE

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