Iván Pérez del Río: “La innovación se ha convertido en un fin en si mismo”

Iván Pérez del Río

Iván Pérez del Río es el autor del libro “Aprender ayudando” (SM, 2022), experto en innovación educativa y con una amplia experiencia en la gestión de centros educativos. Hablamos con él de Aprendizaje Servicio (ApS) pero también de la situación de la educación en España y, cómo no, de cuestiones relacionadas con la gestión de los centros educativos.

Su libro se centra en una metodología cada vez más presente en los colegios ¿Qué aporta el Aprendizaje-Servicio a los centros educativos?
En general se asocia la metodología Aprendizaje-Servicio como una actividad social, en el nivel del voluntariado. Sin embargo, los proyectos ApS van más allá de ser una acción social, en ellos se combina el aprendizaje y el servicio. El fin prioritario es conseguir un aprendizaje eficaz y de calidad. El servicio sería el medio para alcanzar ese fin.
Los ingredientes principales de todo proyecto Aprendizaje-Servicio son tres: las necesidades sociales, la acción de servicio y los aprendizajes. Es necesario que se den los tres para que se pueda considerar experiencia “Aprendizaje-Servicio”.
Cuando se diseña un proyecto ApS en el aula se experimentan una serie de mejoras sustanciales: la motivación, mejora académica, mejora del clima, educa para la vida, educación integral, educación en la necesidad de servicio a los otros.

¿Se puede trabajar en todas las etapas?
Así es. Además de poder trabajarse con alumnos/as de cualquier edad o etapa educativa, se puede aplicar en ámbitos educativos formales y no formales.

¿Cuáles son los principales problemas que se encuentran los centros para su implementación?
Generalmente se deben a una falta de organización del centro, o a unas expectativas desmedidas. En el primer caso, se incluye una formación escasa del profesorado sobre la metodología, una falta de planificación sobre los contenidos curriculares implicados o una mala coordinación con las otras materias implicadas. En el segundo caso, tendría que ver con aquellos colegios que ponen como fin en sí mismo hacer un gran proyecto ApS, implicando a todo el colegio, o tratando de hacer un servicio de impacto. En estos casos suele haber más interés publicitario que pedagógico.

Por una parte, la planificación y la organización son esenciales para el buen desarrollo de un proyecto ApS. Por otra, para ser considerado ApS, ni hace falta hacer un servicio de gran impacto ni involucrar a todo el colegio, se puede desarrollar en una asignatura y el servicio puede estar dirigido a una necesidad detectada dentro del colegio.

libro de aprendizaje servicio
Tapa del libro de Iván Pérez del Río publicado por PPC

Cada vez son más los colegios que trabajan con los ODS e incluso surgen certificaciones para reconocer su compromiso ¿Cómo se integran desde el ApS?
Como es sabido, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) forman parte de la Agenda 2030, constituyendo un total de 17. Unos de los aspectos principales y que se debe destacar de esta nueva agenda es que esta no se limita simplemente a proponer 17 objetivos, sino que plantea un mundo real y posible para el año 2030. Esta nueva agenda se estructura en torno a 5 ejes: Planeta, Personas, Prosperidad, Paz y Alianzas.
Trabajar a partir de la metodología ApS supone contribuir al fin general de los ODS “llamamiento universal a la acción para poner fin a la pobreza, proteger el planeta y mejorar las vidas y las perspectivas de las personas en todo el mundo”. En los 17 ODS se encuentra material suficiente para abordar un amplio abanico de necesidades sociales presentes en diferentes contextos y que se pueden tratar de manera local o global.

También menciona en su libro el Pacto Educativo Global propuesto por el Papa Francisco como un motor del ApS ¿En qué coinciden?
En primer lugar, conviene destacar que dos de los tres documentos más importantes del papa Francisco se dirigen a la humanidad en general, y no a los cristianos en particular. Me refiero a las encíclicas Laudato sí y Fratelli tutti. En ambos documentos aborda cuestiones actuales, urgentes y de una enorme trascendencia para el ser humano, para nuestro mundo. Por una parte, el cuidado de nuestra casa común como responsabilidad individual y conjunta. Por otra, el cuidado del otro, de las relaciones con el resto, de la fraternidad como argamasa social entre países, religiones, culturas,…

El Pacto Educativo Global condensa, en siete sencillas llamadas, mucho de lo contenido en esos dos documentos, pero también las llamadas a la acción de los ODS. Es necesario recordar que este Pacto es una llamada global, con él se dirige al mundo de la educación en general, no a la escuela católica en particular. Poner el foco en el ámbito educativo nos recuerda que cualquier cambio o transformación que se quiera hacer ha de pasar por la escuela.

Tanto el Pacto Educativo Global como los ODS responden a la realidad actual, destacan necesidades sociales urgentes y proponen acciones concretas. Este ejercicio de mirar la realidad, detectar y analizar necesidades y responder con la práctica es el mismo que el que se ejerce en la metodología ApS. Con la puesta en práctica de esta metodología se implementa el sentido profundo del Pacto y de los ODS, una sociedad más crítica, más responsable, más participativa y más comprometida.

Además de su labor divulgadora sobre el ApS también ayuda a colegios a desarrollar proyectos de innovación educativa ¿Cree que la innovación se ha convertido en un fin en sí mismo en vez de en un medio para mejorar la educación?
Estoy totalmente de acuerdo. La innovación se ha convertido en un fin en sí mismo, en un concepto “manoseado”, de una educación al servicio de un marketing mal entendido. Hay tanta competencia por conseguir matrícula que “innovamos” para diferenciarnos. Hoy implantamos una metodología concreta, mañana otra porque nos dicen que es la “última”,… Introducimos dispositivos en el aula porque ahora la moda es hablar de digitalización, de transformación digital.

A mí me gusta hablar de innovación con sentido, de una innovación que se pregunte sobre el “para qué” de lo que se quiere implantar, que cuente tanto con los profesores/as como con los alumnos/as. Mi modo de trabajar es participativo y colaborativo. Me siento a reflexionar junto a profesores y equipos directivos sobre el sentido de esa innovación haciendo siempre un ejercicio muy sencillo dividido en tres actos: Ver, Reflexionar y Actuar. Ver lo que hacemos, lo que hacen otros. Reflexionar sobre las diferentes alternativas, sobre la propia realidad del colegio (claustro, alumnos/as,…) Y, por último, Actuar, es decir, proponer una serie de acciones ordenadas a la implantación que incluya desde la motivación y la formación del claustro, hasta el seguimiento y la evaluación.

Un ejemplo de innovación como fin es cuando un centro inicia una digitalización a medias. Todos los alumnos/as tienen dispositivo, se digitalizan algunas asignaturas (generalmente las que dan menos “miedo”) y, sin embargo, el profesor sigue impartiendo las clases del mismo modo. El centro vende que es innovador y que se ha transformado digitalmente, la realidad es que utiliza la tecnología como mera sustituta: pizarra por pizarra digital, libro por pdf… En muchos casos, no se cambia ni tan siquiera la programación de la asignatura. A mi modo de ver, el problema fundamental de esto es que además de vender humo, se perjudica el aprendizaje de los alumnos/as. Una digitalización con sentido concebiría el dispositivo como medio y se centraría en la transformación metodológica/pedagógica del profesorado.

Trabaja habitualmente con equipos directivos ¿en qué áreas de la gestión cree que se deberían centrar más sus esfuerzos para que sus centros sean competitivos?
Creo que cambia dependiendo del tipo de centro. No es lo mismo un centro privado, que uno concertado-católico. En el caso de estos últimos, creo que el esfuerzo debería ir en la línea de buscar ser más significativos y más creativos. Generalmente, de manera errónea, se busca ser más competitivo mirando de “reojo”: miramos lo que hace el resto, lo copiamos y se lo imponemos al claustro. Esto no va a ningún lado.

Me parece que no hay un área de gestión concreta necesitada de centrar más esfuerzos. Quizás la tarea fundamental sea tener una visión integral de todas las áreas implicadas, y responder de modo creativo, estratégico y colaborativo sobre cómo ser más significativos y útiles para la sociedad o para el entorno concreto donde está el centro. En el germen de la gran mayoría de colegios e instituciones educativas estaba presente esa pregunta sobre la significatividad. Ha pasado el tiempo, han cambiado las circunstancias, y no se ha actualizado la respuesta a esa pregunta.

Dice un amigo que aquello que no es viable económicamente, tampoco lo es a nivel educativo. Es cierto, y habla de esa visión integral que comento. Además de eso, es necesario y urgente reforzar ese otro área que no suele existir en los organigramas de los centros educativos, el área del “sentido” que se pregunte, de modo actualizado, sobre el “para qué” del colegio.

Junto a lo anterior, otra tarea imprescindible y a la que no siempre se le presta atención es la atracción, el cuidado y la retención del talento humano. En la actualidad se pone más fuerza en eso de tener cuidado en la atracción, selección. Las otras dos tareas están más huérfanas. Para el cuidado y la retención hay varios rasgos que me parecen esenciales: los ambientes colaborativos, la horizontalidad en las decisiones, la confianza traducida en autonomía del docente, el cuidado de la conciliación, la transmisión de que formar parte de un proyecto con sentido.

En España, a nivel educativo, se echa de menos iniciativas como el proyecto pedagógico de la Institución Libre de Enseñanza. Un proyecto que tuvo una importante repercusión en la vida intelectual y en la renovación de nuestro país. Que nació en respuesta a unas circunstancias concretas para tratar de ser significativos y útiles, atrayendo a los mejores profesionales.

En su trabajo como dinamizador de innovación educativa y pedagógica, ¿cómo ve la nueva Ley educativa?
Lo primero de todo, creo que la LOMCE del señor Wert era una ley que era necesario sustituir. Por una parte, para equilibrar ciertas descompensaciones y para poder responder a nuevos retos globales. Por otra, para intentar lograr una Ley educativa que naciera del pacto y del diálogo. La LOMLOE trae avances significativos, cambios necesarios a nivel curricular, trabajo por competencias.

Además de lo anterior, con la LOMLOE tenemos, de nuevo, una norma educativa que nace del disenso, de la falta de debate social y, en este caso particular, de la dependencia a unos partidos minoritarios como Podemos y el independentismo catalán. En este sentido, España necesita de un gran pacto de Estado en materia educativa que dé estabilidad. La educación no puede ser moneda de cambio.

¿Cómo cree que debería ser el mejor centro educativo del mundo?
Es una pregunta difícil… Uno de los rasgos principales es que entienda su servicio como un “caminar”, no como algo estático, acabado o solitario. Al caminar, cambiamos, adaptamos el ritmo, respondemos a las circunstancias que se van dando, nos relacionamos y nos encontramos con otros caminantes.

Por otro lado, que tenga como eje central el trabajo en red y la colaboración hacia dentro y hacia fuera. No me cabe ninguna duda de que ser el mejor hoy va de colaborar con otros, de sumar y no de competir. Un colegio ha de estar conectado con el resto de colegios, con la sociedad, con la realidad social, política, económica…

Por último, citando a Nelson Mandela que decía que la educación es la mejor herramienta para la transformación del mundo, ese centro educativo ha de poner el acento en un “aprendizaje para la vida”. También en formar ciudadanos globales, reflexivos y críticos desde una pedagogía del cuidado que, entre otras cosas, ponga la fuerza en: suponer que el cuidado de uno mismo, de los otros y del entorno no es una opción, sino una tarea irrenunciable para la supervivencia del ser humano; derribar cualquier tipo de frontera física y mental, proteger la libertad como valor y derecho, luchar contra las desigualdades, valorar la diversidad -del tipo que sea- como una riqueza y no como un enemigo,
considerar la democracia como algo en construcción, siempre en peligro por los populismos y los autoritarismos que acechan.

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