Jordi Royo (Amalgama7): “Muchas escuelas públicas tienen el problema de que nadie quiere formar parte del equipo directivo”

JORDI ROYO (Amalgama7)

Jordi Royo Isach es director clínico de Amalgama7, lo que él mismo define como “un sueño, una ilusión”, que nace en 1997, que no es sino una acreditada entidad privada concertada con la administración pública especializada en la atención de adolescentes y sus familias. “Se podría comparar con lo que sería una escuela concertada, esto es, un centro privado residencial que concierta plazas públicas” y donde se presta una atención a jóvenes con distintos problemas.

Su principal objetivo es ofrecer respuestas asistenciales y residenciales a adolescentes como “si fueran nuestros hijos”. Toda una declaración de principios que se suma a una reveladora descripción de los males actuales que definen a una parte no menor de adolescentes, al tiempo que un valiente análisis sobre la figura del director de un centro educativo.

De todo ello habla Royo Isach, psicólogo clínico especializado en el ámbito infanto-juvenil, director clínico de Amalgama7, profesor colaborador de las facultades de psicología y medicina de la Universidad Autónoma de Barcelona y de la Universidad de Girona, director y coautor de varios estudios europeos financiados por la UE y autor y coautor de manuales básicos, artículos especializados, de guías preventivas, de series documentales y de diversos materiales preventivos, en esta entrevista concedida a ÉXITO EDUCATIVO.

¿De qué especialistas se compone el equipo multidisciplinar de Amalgama 7?

Somos las 170 profesionales. Hemos desarrollado un nuevo modelo que se llama escuela terapéutica, lo que nos convierte a la vez un hospital, una escuela, una casa de colonias y una residencia de estudiantes. Tenemos cuatro bloques de equipos distintos: un bloque clínico, con psiquiatras, psicólogos, médicos y enfermería; un bloque educativo que está integrado, básicamente, por profesores de ciencias y letras, pero expertos en alumnos que tienen dificultades en la escuela o bajo rendimiento, o a veces altos, pero con problemas de motivación; y el tercer bloque socioeducativo, donde estos educadores, monitores, trabajadores sociales, educadores sociales tiene como cometido principal que los adolescentes, mientras estén ingresados, hagan muchísimas actividades deportivas, culturales, socioeducativas, etcétera. El bloque residencial es muy importante porque la mayoría, cuando llegan sus familias, nos dicen que las habitaciones son caóticas, no colaboran en las tareas domésticas, tienen dificultades para que se laven los dientes… Cuando les atendemos en el medio residencial ellos deben aprender a hacerse sus camas, su baño; esto no quiere decir que no haya servicios de limpieza en la residencia, pero estamos preparando a los chicos para que cuando vuelvan a su casa hayan cambiado cosas esenciales, como que tengan su habitación ordenada.

¿Cuál es el perfil de jóvenes sobre los que actúan?

Nos hemos especializado en lo que técnicamente se llama trastorno de conducta de patología dual, que son adolescentes con una trayectoria disruptiva en el entorno escolar, familiar o extraescolar, y que muchos de ellos se inician en el policonsumo de sustancias como el alcohol o derivados del cannabis, o con problemas de pantallismo o que desarrollan trastornos de comportamiento alimentario o que desarrollan comportamientos de violencia filioparental.

Son adolescentes que en casa reinan un poco despóticamente y confunden a sus padres con criados. Nos hemos especializado en estos chicos y chicas. Muchas veces, cuando vienen aquí, los padres nos preguntan si sus hijos están enfermos o son unos maleducados. Pues esta es una gran pregunta, porque a veces el comportamiento de robar un móvil puede ser una expresión y la causa de un trastorno psicopatológico, como la cleptomanía. Pero también puede ser la expresión de un trastorno educativo. Es decir que no haya ningún trastorno psiquiátrico y que aquello que el chico hace es porque no tiene o no ha aprendido criterios morales, como que robar es algo que no está bien.

De lo que se trata es de, en primer lugar, identificar el comportamiento de por qué hace lo que hace. A veces es más difícil reconducir a un maleducado que a un enfermo

¿Cómo se detecta en un adolescente, o incluso menor, que no rinde académicamente debido a lo que ustedes llaman comportamientos de riesgo?

En el tema del pantallismo hay un criterio más o menos internacional: cuando un chico o chica de estas edades, de 8 a 16 años, pasan más de 20 horas a la semana conectados con la pantalla con objetivos de ocio, es decir, que están chateando en las redes sociales o en videojuegos. Ya se considera que esto es un mal uso, incluso un abuso. Con todo el respeto para el criterio cuantitativo, que tenemos que tenerlo en cuenta, nosotros nos fijamos mucho en el tema cualitativo, es decir, cuando se produce la disfunción. Si un chico resulta que hasta aquel entonces iba marchando más o menos de una forma regular en el rendimiento académico y, de golpe y porrazo, este rendimiento va disminuyendo o el interés extra académico, como en actividades deportivas, o van desapareciendo los amigos de siempre porque aparecen, entre comillas, nuevos amigos, o que el clima familiar empeora, si esto se produce con 15 horas de pantallismo, es suficiente. La cuestión es ¿cómo se detecta en un adolescente? pues cuando se disfunciona, y cuando lo hace de una forma global, no solo hablamos de la disfunción a nivel escolar, sino también de forma global.

¿Hasta qué punto es el profesor la figura responsable de detectar estas anomalías, o son los padres?

Lo que le está pasando en este momento a la escuela en general es que mayoritariamente los profesores no están por la labor de ser educadores, sino transmisores de conocimiento, y, por lo tanto, muchas veces, cuando hablas con los profesores te das cuenta de que hay una cultura muy mayoritaria entre los profesores: es decir, ‘escucha, nosotros venimos aquí a formarlos, pero educarlos tiene que hacerlo la familia’.

Por eso, cada vez más en su conjunto, la escuela no está por la labor de educar, sino de transmitir conocimientos. Este es el modelo de la universidad o en las escuelas de negocios, donde la idea es tratar cada vez más al alumno como un cliente.

En este contexto, ¿dónde están los padres?

Desde un punto de vista educativo, no son homogéneos. Podríamos distinguir entre cuatro estilos educativos: el sobreprotector, que son estas familias que cuando hay un problema primero escuchan la versión del chico que la del maestro. Otro es el de aquella familia que considera que quien tiene obligación de educar no son ellos, sino la escuela. Luego está el estilo permisivo que son estos padres convencidos de que su principal objetivo en la vida es ser amigos de sus hijos, pero olvidan que sus hijos ya tienen amigos y, en todo caso, si renuncian a ser padres nadie va a tener ese papel y, por último, está la familia que pone encima de la mesa unos derechos, pero también unos deberes. Lo que pasa en estos momentos es que los adultos más referentes de los adolescentes, que son los profesores y los padres, pasan su propia crisis de identidad. Esto hace que ahora la figura del educador no esté tan clara y quizás por esto tienen tanto éxito los youtubers, los instagramers, es decir, los mediáticos y referentes para ellos, a quienes siguen de una manera ciega.

Su equipo no solo trabaja sobre los menores, sino también en torno a las familias ¿Cómo lo hacen?

Nuestro objetivo, el paciente, no es exactamente el chico o la chica, sino que es el eje que integran adolescentes, madres, padres y hermanos. Lo que proponemos en la primera visita es que vengan los padres porque hay elementos a veces que si los puedes cambiar a nivel familiar la evolución terapéutica mejora.

¿Son distintos los problemas que acucian a las nuevas generaciones o los patrones se repiten respecto a anteriores, pero con escenarios distintos?

Hay una frase muy bonita que dice ‘los jóvenes son contestatarios y ya no obedecen a sus padres. Nuestra sociedad está perdida’. Esto lo dijo Cicerón tres siglos antes de Jesucristo. Si contemplamos la adolescencia desde lo que supone la explosión hormonal y el cambio social que se produce de forma muy radical, es evidente que todos los adolescentes, de una forma universal y acultural dentro de cualquier cultura, presentan necesariamente unos puntos comunes de rebeldía y, en este sentido, la adolescencia no sería distinta de las anteriores a lo largo de la historia.

En lo que realmente es distinta no es en los aspectos endógenos, sino en los exógenos, porque no es lo mismo hoy ser adolescente en un país del tercer mundo que serlo en la sociedad del bienestar. Los niños de 14 años que llegan en una patera ya no son niños, son hombres y mujeres como lo eran nuestros padres y abuelos en la posguerra civil, que no tuvieron adolescencia y pasaron de la niñez a la adultez. Los factores exógenos son los que no va a responder esto. En España la adolescencia es, en la actualidad, una etapa muy compleja y muy larga, porque cada vez se inicia antes; hay un acuerdo tácito de que empieza en primero de ESO, y, teniendo en cuenta que una buena parte de los jóvenes de 30 años siguen viviendo con sus padres, se hace evidente que la adolescencia es muy larga. Porque muchos de estos hombres y mujeres viven como cuando tenían 14 o 15, donde sus padres resuelven todo o casi todo.

¿Hay más violencia hoy que antes de internet?

Esta pregunta es difícil de responder porque no hay datos, pero sí podemos observar que en la actualidad se están produciendo algunas acciones mucho más horripilantes y radicales, como que cinco niños, de los que cuatro son menores de 14 años, violen a un niña de 11 años, o que dos hermanas se precipiten desde un balcón… Estamos viendo cosas realmente muy extremas que antes de internet no veíamos. Es evidente que la revolución tecnológica conlleva sus aspectos positivos, indudablemente, pero también otros más complejos. En el fondo, el móvil es un arma, y si la das a un menor sin explicarle cómo va el seguro ni por qué tiene que usarla, le dejas al riesgo de lo que pueda pasar.

¿Trabajan directamente con centros educativos?

Sí. Tenemos la suerte de tener distintos convenios y colaboración con muchísimas escuelas, a las que les ofrecemos tres grandes bloques. Uno que es formación, programas formativos sobre pantallismo, bullying, acoso, drogas, comportamientos sexuales de riesgo, etcétera, tanto a los alumnos como a las familias y a los profesores; un segundo servicio de asesoramiento, cuando una escuela tiene, por ejemplo, un problema con un  alumno en concreto.  La tercera propuesta es que la escuela si detecta que pudiera haber un riesgo mayor, nos puede derivar al alumno para que podamos hacer una exploración diagnóstica y podamos anticiparnos, junto con la familia.

De las 7.500 historias clínicas que hemos abierto desde 1997, el promedio de cuando las familias consultan es cuando llevan al menos dos años y medio con un problema en casa. Es decir, ese tiempo inicial las familias no consultan, se adaptan. Las familias, con todo respeto, en su conjunto van tarde a pedir ayuda.

¿Qué es lo primero que debe hacer el equipo directivo de un colegio cuando detecta que alguno de sus estudiantes presenta problemas como los que ustedes atienden?

Aunque suelo referirme a la escuela en general, lo cierto es que existen matices, si se trata de la pública, la concertada, la privada, la religiosa, la laica, la urbana, la rural, etcétera, porque incluso dentro de cada una de estas especificidades hallaríamos singularidades. Pero permítanme hacer una reflexión en este caso con respecto a la escuela pública. Un problema que tiene la escuela pública es que muchas de ellas tienen problemas porque nadie quiere formar parte del equipo directivo.

Y por lo tanto una primera reflexión que nos deberíamos hacer es por qué pasa esto. Cuando tú hablas con las escuelas públicas muchas de ellas te dicen, bueno es que el equipo directivo, primero no está bien pagado; segundo, tiene dificultades con todo el mundo: con los alumnos, con el profesorado y las familias y con la administración. Tercero, tenemos la responsabilidad, pero no la autoridad. Por lo tanto, una primera reflexión es que lo primero que tendríamos que hacer es tener equipos directivos reconocidos y bien pagados.

En Finlandia un profesor tiene un reconocimiento social como aquí puede tenerlo el ingeniero o el médico, y por tanto ser profesor en Finlandia no es un eslabón bajo del mercado laboral universitario. Es un eslabón alto. Aquí, la primera cuestión que creo que es fundamental es que tenemos que reconocer socialmente la labor del equipo directivo, se le debe dar no solo responsabilidad, sino también autoridad, se le debe formar y se le debe pagar bien porque si no es muy difícil hacer cambios. Muchas veces y en muchas escuelas lo de ser el director de la escuela acaba siendo un tema de azar y de a ver quién le ha tocado el muerto.

Cuando detectan algún estudiante que puede tener algún problema lo óptimo no sería tanto que fuera desde la escuela donde se resolviera esto: pongo un ejemplo: ¿la escuela puede resolver un trastorno de atención? puede detectarlo, pero resolverlo… ¿Puede detectar un trastorno de aprendizaje, como una dislexia, una discalculia? Podría detectarlo, pero resolverlo… ¿Puede detectar una depresión, un problema de ansiedad, una adicción a las drogas o un pantallismo? Puede detectarlo, pero resolverlo es muy difícil porque, normalmente, no tienen los equipos, los instrumentos ni los conocimientos.

Es otra profesión. Lo que deberíamos intentar en las escuelas es tener equipos directivos sólidos y, en segundo lugar, que hubiera capacidad de detectar y, a partir de ahí, capacidad de derivar.

Ahora hablo de las concertadas y privadas que acaban teniendo un equipo propio, vale ¿qué es esto de un equipo propio? A veces lo forman un psicopedagogo, un médico y un enfermero, pero son muy pocas escuelas, pero si este centro educativo tiene mil o mil quinientos alumnos y tienen un psicólogo, un médico y un enfermero, pues tampoco tendrán mucha capacidad para resolver allí mismo todo lo que pueda pasar. ¿Es bueno que lo tengan? Sí, porque este equipo profesional, cuando un profesor ha detectado puede hacer un primer reconocimiento, la orientación más precisa a las familias, pero pienso que cargar tanto a los equipos directivos actuales con los pocos medios que tienen, el poco reconocimiento que tienen y la excesiva responsabilidad que se les pide es demasiado.

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