
En la escuela hay una inteligencia que es más importante que la inteligencia memorística o el coeficiente intelectual, es la inteligencia emocional y el poder de las emociones. Un niño que controla y conoce sus emociones es capaz de tener una autoestima y personalidad fuerte, capaz de creer en sí mismo y en sus capacidades múltiples, que por supuesto no tienen porqué ser memorísticas o mecánicas.
En el colegio debemos dar cabida a las emociones para conseguir una motivación extra en el alumnado, capaz de hacerle enamorarse de su escuela y querer aprender por interés propio. Estas emociones tienen que ir de la mano del juego y el afecto.
Las emociones y el juego no sólo consiguen una mejora de valores en el alumnado, sino que también benefician sus competencias y habilidades, consiguiendo destrezas y aprendizajes afectivos, cognitivos, sociales y comunicativos.
En la escuela se pretende transmitir conocimientos y valores, por lo tanto, una práctica vale más que mil palabras y un abrazo vale más que mil regañinas. El niño va a aprendernos a nosotros, somos su ejemplo directo y un espejo donde mirarse. El niño va a aprender observando, manipulando, experimentando, investigando… por ello debemos diseñar tareas encaminadas al juego y las emociones: lecturas reflexivas, visionado de cortos y películas educativas, rincones de juegos emocionales, actividades afectivas, proyectos de acción social: ferias solidarias, visitas a residencias de ancianos, hospitales…
El aprendizaje servicio también nos va a ayudar a empatizar y emocionarnos con cosas que pasan a nuestro alrededor. Por ejemplo, una charla de la DGT con víctimas de accidentes de tráfico…
Las emociones no se aprenden en los libros. Por apuntes no se puede enseñar a vivir. Los vínculos que genera el juego, el aprendizaje servicio, la empatía, la gamificación y las emociones consiguen aprendizajes significativos que el alumno nunca olvidará.
Hay dos verdaderos errores en la enseñanza:
- El primero es intentar separar la enseñanza de la diversión.
- El segundo es creer que debemos tratar a todos los alumnos por igual cuando en realidad todos son diferentes.
Ahí estamos perdiendo grandes talentos porque cada niño tiene distintas capacidades que ofrecernos. Cada niño aprende en un tiempo y de un modo diferente y esto es un hecho, por ello, no podemos centrarnos en el libro de texto como recurso estrella de nuestra clase. El material que empleemos acabará determinando parte de nuestras acciones. Y el fin último de la educación no es preparar a niños universitarios, sino a seres humanos dotados de recursos y herramientas para enfrentarse a la vida, sean o no universitarios.
Los conceptos se pueden encontrar en cualquier lugar, pero la inteligencia emocional no está en internet.
Como maestra enamorada de la innovación educativa y de la escuela del cambio, pienso que la clave está en diseñar tareas que reúnan la posibilidad de incluir todas las capacidades de una clase, consiguiendo que cada alumno aprenda según su tiempo y modo, motivado y descubriendo su talento.
Las familias juegan un papel fundamental en el aprendizaje del niño, deben inculcar valores, normas de convivencia y educarles en el esfuerzo porque es evidente que, si un niño no se esfuerza, sea cual sea la metodología que se emplee en el aula, ese niño no podrá lograr unos resultados óptimos.
El maestro, por su parte, debe comprometerse a ser el mejor docente que pueda ofrecerle a su alumnado y a mostrar cercanía y afecto, compatible con el respeto hacia la figura del mismo.
Sin duda, sin emociones no hay aprendizaje.
Lourdes Jiménez García, Maestra de Primaria y licenciada en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte, Premio Jaén Joven 2018, segunda mejor docente en Educación Primaria 2018, Educa ABANCA y Bandera Andalucía 2019, por su innovación educativa