
Parafraseando a Mariano José de Larra, que dejara escrito que escribir, en España, es llorar, como emprendedor en serie y fundador de 6 startups, 6 (Eurity, BolsaRSE, Sharenjoy, DIfense, Avenueve y Startcom), le tomo la palabra para lamentar que emprender, en España, es llorar. Lágrimas, las del emprendedor, que son intrínsecamente radicales, pues provienen de los orígenes, marcados por la nula atención a la preparación económica y empresarial en la educación básica y en la superior.
Tres son las causas, tres, tres las consecuencias, y tres las soluciones, de semejante desaguisado: la primera causa es la falta de asignaturas vinculadas a lo que los anglosajones conocen como “literacy”, esto es, educación financiera, que preparen a los alumnos de cara a su relación con los empleadores, los bancos o la realidad empresarial. ¿Saben los alumnos antes de la etapa universitaria lo que es un balance, un fondo de maniobra, una hipoteca, un tipo de interés compuesto o los riesgos de un apalancamiento? ¿Lo saben los alumnos de enseñanza superior que no cursen Económicas o ADE? Pues en las preferentes, la crisis de endeudamiento familiar, la precarización, la sangrante falta de cultura del ahorro de los españoles y, aún, los desahucios, está la respuesta a ese pasotismo educativo.
La segunda es la falta de preparación de los emprendedores españoles, notoria por la mortalidad de sus proyectos (93% nada menos), derivada, contraintuitivamente, del llamado “product market fit” en primer lugar (falta de adecuación del producto o servicio con el mercado), la falta de talento adecuado en segundo lugar, y la falta de financiación suficiente en tercer lugar. Y digo contraintuitivamente porque ellos, nosotros, los emprendedores, solemos achacar los fracasos a lo tercero, dando por hecho que nuestros proyectos gozan de suficiente encaje en el mercado y nos sobra el talento para llevarlos a cabo, cuando es falso. Y no nos sobra porque no nos han enseñado a cultivarlo. Y por eso debemos aprender de los fracasos, en vez de iterar con el mercado y escalar nuestros proyectos de una manera estructurada y robusta, con raíces formativas sólidas que permitan afrontar el reto empresarial como profesionales.
Y la tercera es la aversión a la práctica en los curricula académicos. No a las prácticas en empresas, que avanzan, aunque tarde (habitualmente en los últimos cursos universitarios) apostando por becarios (mañana serán robots) como un sustituto de la fuerza laboral cualificada, sino al concepto, intrínsecamente vinculado a la metodología Lean Startup, de “laboratorio”. ¿Cuántas empresas se crean a lo largo del periodo formativo? ¿Cuántos de los proyectos de fin de carrera o de master se contrastan con el mercado? ¿Cuánto venden, a cuántos clientes, cuántas rondas de inversión soportan? La consecuencia es una cultura social en nuestro país que huye del fracaso en vez de considerarlo un éxito de aprendizaje, cultura que no solo afecta a los emprendedores, sino a los empleados, a sus jefes, a los políticos y a la sociedad en su conjunto.
Estas tres causas, vinculadas a la falta de apuesta por fomentar desde la educación más temprana la educación financiera, el espíritu emprendedor, y la cultura de premiar al que lo intenta, sobre todo si fracasa, prefiguran una sociedad donde las niñas quieren ser de mayor Belén Esteban o Paula Echevarría, y los niños, Cristiano Ronaldo o Lionel Messi. Una sociedad que, en la era de la globalización, ha de competir con otras donde las niñas quieren ser de mayor Oprah Winfrey o Estée Lauder, y los niños, Elon Musk o Bill Gates.
Educar para el éxito
La posible reversión de esas lágrimas radicales que inundan nuestros ojos emprendedores y nublan nuestra vista pasa, ya que estas líneas se publican en ÉXITO EDUCATIVO, por educar para el éxito. Y una educación para el éxito debe basarse en desarrollar con los alumnos proyectos en las distintas fases formativas desde la idea semilla al MVP (Mínimo Producto Viable), en base a un Business Model Canvas completo y testado frente al mercado, que incluya alianzas reales con agentes reales del mercado, que generen Pruebas de Concepto o Pilotos con clientes reales, que devengan en métricas solventes, y que culminen en la conformación de empresas y la convocatoria de rondas de inversión, al menos, de tipo A (un millón de euros). Y que esto suceda antes de graduarse.
Porque si tres son las causas y tres las consecuencias, el ecosistema emprendedor actual adolece, además, de tres brechas que venimos a cubrir: saber comunicar, saber vender y saber comprar de manera eficiente.
Esto será posible gracias al programa internacional Startcom, en colaboración con el programa Startup FIU y la University of Florida, cuya propuesta de valor nace como un título propio y un master universitario avalado por España y Estados Unidos que, en seis meses, llevará a partir del curso 2020-2021 a grupos de alumnos tanto de secundaria como universitarios, a convertir sus ideas (o proyectos de las propias Universidades, como pasó con Gatorade tras su aceleración por uno de nuestros partners, la University of Florida) en proyectos mínimamente viables (MVP); escalará los MVP para obtener métricas del mercado a partir de pruebas de concepto o pilotos; acelerará los proyectos universitarios en hasta cinco incubadoras profesionales españolas y norteamericanas, y culminará en sendas rondas de inversión, tanto en el Hub de Puerto de Santa María, como en el de Miami, con vocación de tipo A, para que los alumnos levanten su primer millón de dólares, o aprendan de su fracaso.
Para que las niñas españolas quieran ser de mayor como Elena Betés o Pilar Manchón. Para que los niños españoles quieran ser de mayor como Amancio Ortega o Félix Ruiz. Para que quieran cambiar el mundo construyendo empresas que apunten a los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Para que lo cambien. Para que emprender en España deje de ser, definitivamente, llorar.
Francisco Álvarez, CEO en Startcom.