La pequeña Gran Box

Cuando Box se miraba al espejo sólo veía una caja de color marrón. Su mejor facultad era ,sin duda, su gran tamaño. El resto de sus cualidades, tenían un rasgo común, eran muy feas.

Vivía junto a otras cajas de regalo en un almacén a las afueras de la ciudad. Sus compañeras tenían bonitos colores azules, rojos, verdes y amarillos. Algunas incluso tenían una hermosa tapa con un lazo dibujado.

De cuando en cuando, se abría la puerta del almacén y un señor mayor se acercaba con un juguete en la mano buscando la caja ideal. Gran Box se colocaba de todas las formas posibles, tumbada, de pie, inclinada sobre una arista,…Pero, a pesar de sus esfuerzos, nunca elegía a Gran Box.

Las compañeras de almacén la intentaban hacer comprender que siendo tan grande y tan fea nunca sería elegido para envolver un juguete. La decían que a pesar de sus esfuerzos, su destino estaba íntimamente ligado a una lavadora o a un frigorífico y que nunca podría albergar un juguete en su interior.

Al principio Gran Box intentaba convencer a las demás de sus virtudes y discutía acaloradamente con todas ellas. Sin embargo, poco a poco fue perdiendo fuerza y acabó no contestando al resto de cajas y asumiendo que nunca llevaría un juguete dentro.

Cuentos de Julián Roa

Con el paso del tiempo fue quedando cada vez más y más al fondo del almacén y el marrón de sus lados fue oscureciéndose por la humedad y el polvo. Incluso sus compañeras se olvidaron de ella. Desde el rincón observaba las idas y venidas de aquel anciano vendedor de juguetes y jugaba a adivinar a quién elegirían la próxima vez.

Una mañana, sin más, entró en el almacén un hombre con un mono azul.
Rebuscó entre las cajas y fue apartando a todas hasta que se plantó frente a Gran Box.
Sin mediar palabra la abrazó, la levantó del suelo y la llevó hasta la parte trasera de un camión.

Una vez allí, abrió sus solapas y metió dentro un enorme televisor protegido por pequeños trozos de corcho. Cuando todo estuvo preparado, cerraron las solapas con cinta adhesiva marrón y la pegaron una enorme pegatina con los datos del dueño de la televisión.

Estaba claro que las demás tenían razón y que ese era el destino de la pequeña Gran Box. Decidió dormir para que todo pasase más rápido. Al cabo de un rato los zarandeos la despertaron y cuando abrió los ojos vio a una mujer de mediana edad y a un niño que la observaban con ansiedad.

La mujer utilizó unas tijeras para romper la cinta adhesiva, Gran Box estaba aterrada al ver de cerca el filo de las tijeras, cerró los ojos para no ver nada. La mujer accedió a su interior y sacó la televisión esparciendo algunos corchos por el suelo.

-Guau, mamá ¡como mola!- la voz del niño era todo emoción.
– Estate quieto,…- contestó la madre.
-Déjame mamá, déjame.- dijo el niño mientras se abría paso por encima del corcho.
Gran Box observaba sonriente la ilusión de aquella pequeña criatura. Sin duda llevaría muchos días esperando aquel televisor gigante.

De repente y sin previó aviso notó unos fuertes tirones y cayó al suelo sobre el costado mientras era arrastrada a toda velocidad por el suelo de la casa. Gran Box no daba crédito.
Dándose golpes contra los lados del pasillo, llegó a una habitación cargada de libros, posters, juguetes de toda clase, sábanas de colores y una lámpara con forma de estrella.

-Bienvenido a mi cuarto. Yo soy Max y tu debes ser… ¡mi cohete a la luna!- Dijo Max plantado frente a Gran Box. Gran Box sonreía de oreja a oreja, de golpe y porrazo se sentía un gran cohete.

Aquella mañana los lados marrones de Gran Box fueron coloreados a grandes trazos con ceras de colores. El pequeño Max recortó un orificio grande en su cuerpo a modo de escotilla. Lejos de sentir dolor Gran Box estaba encantada.

Por la tarde el viaje a la luna estaba en marcha. Max ataviado con un casco de bicicleta montó en Gran Box y juntos viajaron hasta el suelo polvoriento y gris de la luna.
A esa tarde en la luna la siguieron otras tardes maravillosas. La pequeña Gran Box fue barco pirata, coche de carreras, camión de bomberos, castillo e iglú.
Porque sabéis que,… a veces para ser maravillosos sólo es necesario que nos miren como si lo fuésemos.

Un cuento infantil de Dr. Julián Roa, profesor en el grado de Educación de UDIMA.

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