Los pilares del sistema: la formación de nuestros futuros docentes

El futuro de la profesión docente

Se ha hablado  mucho en esta última semanas acerca del Proyecto de Orden en la que se establecen los requisitos para la verificación de los planes de estudio conducentes a la obtención de los títulos de maestros de educación Primaria.

Sobre este particular, y al igual que sucedió con la LOMLOE en un primer momento, vuelve a surgir “el ruido ideológico” que todo lo distorsiona. Más allá de los grandes titulares gancho para besugos, que me niego a discutir porque no me siento identificado con especie marítima alguna, si que creo que es pertinente hacer un acercamiento crítico a una ley que va a regular, no solo las titulaciones y las competencias y contenidos de los futuros maestros, sino que también va a establecer de forma determinante el papel de las escuelas de Magisterio. O debería.

De nuevo, y ya se que no es objeto de este particular, se pierde una oportunidad de oro para pensar en forma global sobre el futuro de la profesión docente que, por cierto, no solo tiene que ver con los grados de Educación, sino también con la generación de itinerarios formativos encaminados hacia la docencia en otros grados cuyos contenidos se imparten en ESO o Bachillerato. Algo, sin duda, mucho más consistente que el máster habilitante. Desde mi modesta perspectiva.

De nuevo, en ese famoso diálogo social, se han dejado fuera del mismo a las asociaciones que aglutinan a centros educativos, y se han desoído las necesidades de estos. No es un buen planteamiento no tener en cuenta las necesidades futuras de los empleadores de quienes salen de grados universitarios, porque la descompensación de expectativas provoca un esfuerzo económico y formativo para estos centros mucho mayor a posteriori, y un desajuste del mercado laboral evidente.

Así pues, en lo que compete a la propuesta legislativa, creo que es imperativo un cambio radical del modelo de las escuelas de Magisterio. Una de las patas angulares del cambio real del sistema pasa por la formación de nuestros futuros docentes, y por asegurar una carrera y desarrollo profesional ligada a una actualización permanente de competencias de su puesto.

Dignificar la profesión docente implica contar con profesionales que, en primer lugar, deberían ingresar a los grados con un nivel educativo (en el más amplio sentido de la palabra) más exigente que el actual (como ocurre en muchos de esos países en los que nos gusta mirarnos); lo que haría “menos” necesario centrar el aprendizaje del grado en la adquisición de los “contenidos” indispensables para impartir en su posterior salida profesional. Dicho de otra manera, si a la carrera docente optaran los alumnos mejor preparados, quienes tuvieran los conocimientos más desarrollados y más profundamente adquiridos, se podrían dedicar muchos créditos a trabajar didáctica, metodología, incluso, algo muy llamativo cuando comparamos nuestros docentes con otros profesionales de otros países, su forma de desenvolverse en el aula: la dicción, modulación de la voz, su capacidad de atraer la atención del alumno, por poner algunos ejemplos. La consecuencia lógica de todo lo anterior es la dignificación real de la carrera docente que, además o en paralelo, debe ir acompañada de un paquete retributivo adecuado en sus inicios, y con posibilidad de crecimiento en base a parámetros ligados a formación y actualización, y desarrollo de la figura del docente como mentor de otros. En este sentido estoy muy de acuerdo con lo propuesto por José Antonio Marina en su famoso Cuaderno Blanco de la Educación.

Concluyo significando, y con cierta sorpresa, la estructura de contenidos de materia y los créditos reconocidos en ella, que se pretende estudien los alumnos del grado de educación, y su correlación con las horas de impartición de la materia en la etapa:

Distribución de horas dedicadas al estudio en el grado y su relación con el desarrollo profesional de las mismas.

El gráfico muestra en rojo las horas y créditos dedicados a la materia en cuestión en la etapa universitaria, y en azul el tiempo dedicado a esta materia en el desarrollo profesional de esos estudiantes cuando se incorporen a sus obligaciones en un centro de Primaria. Como se puede observar es muy llamativo el tiempo que se dedica a, por ejemplo, la religión católica y el que se dedica a otras materias. Por ahondar en el sinsentido de la ley, a este respecto.

Por cierto, vuelvo a insistir en que esos años se deberían dedicar a profundizar mucho más en las competencias docentes, y no tanto en los contenidos, sino en su didáctica y la mejor forma de abordarlos en el proceso de enseñanza-aprendizaje.

Pero para esto se deben cumplir las premisas que hemos señalado.

Jaime García Crespo, CEO del Grupo Base Educación

 

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí