
En 1985 Robert Zemeckis estrenó la primera de las películas de la trilogía “Regreso al futuro”. Sin duda una de esas películas míticas que marcaron la infancia de una generación. En ella se narraba las peripecias de Marty McFly y su mentor Doc, como ambos eran capaces de crear una máquina del tiempo articulada mediante un coche DeLorean que se accionaba a partir de toda una suerte de reacciones físicas, y de cómo eran capaces de viajar a su antojo en el tiempo, modificar determinados acontecimientos en el pasado que finalmente supusieron marcar el “futuro” de McFly. Acontecimientos nimios que habían supuesto la configuración de la personalidad del propio McFly a través de lo vivido por sus padres, pero que con esos pequeños cambios, a su regreso al tiempo en el que inició su viaje, hacían que él y su familia tuvieran una realidad diferente. Mejor. Pues bien, recordando esa película y reflexionando sobre ella propongo esta serie de tres artículos que se inició con “Yo acuso” en el que manifestaba la necesidad de instrumentalizar un cambio de nuestro paradigma educativo con la mayor urgencia posible, y que tiene su continuación con “Regreso al Futuro 1 y 2”, como respuesta en forma de propuesta constructiva a la crítica realizada en el anterior, y como símbolo de cómo la introducción de cambios generan, irremediablemente, cambio.
Será porque hemos topado con una desgracia vital de dimensiones colosales y hemos descubierto, a golpe de tener que adaptarnos por la vía rápida a una situación de máxima inestabilidad y confinamiento, que urge un cambio radical de nuestro sistema educativo. Lo que estamos viviendo que no es más que una contingencia vital, pero nos ha servido para tomar cuenta de que nuestro sistema educativo no respondía, ni responde, ni responderá, a las necesidades de una sociedad futura, que se ha tornado en presente de forma abrupta. Creo que no es aventurado señalar que nos hemos marcado un “Regreso al futuro” en toda regla y que ello nos debe servir para caer en la cuenta de que tenemos que ir hacia un cambio de modelo educativo que recoja una nueva propuesta pedagógica centrada en las necesidades de la sociedad de dentro de 15 años.
Pongamos que hablo de una niña llamada Claudia que inicia sus estudios el próximo septiembre. Pongamos, además, que en su infinita inocencia, la anómala realidad de septiembre que vivirá no marcará, sin embargo, su trayectoria vital. Pongamos que sus padres, ya conscientes de qué futuro le va a tocar vivir a Claudia, se hicieran preguntas tales como ¿en qué sociedad futura va a vivir Claudia en quince años? ¿Cómo será la universidad? ¿existe la carrera universitaria que cursará Claudia? ¿Y el trabajo que va a desarrollar en el año 2047, cuando termine sus estudios universitarios? ¿cómo habrá influido la robotización de procesos laborales básicos y la tecnificación de los complejos en la vida profesional de Claudia? ¿En qué medida la IA va a modificar las relaciones humanas y su ámbito profesional? Son tantas las preguntas sin respuesta que se harían los padres de Claudia que si tuvieran que elegir un colegio, ¿con qué criterio lo harían?
La realidad es que yo no soy capaz de dar respuesta a muchas de esas preguntas, ni a otras muchas que nos pudieran formular, pero sí que creo que podría recomendar a los padres de Claudia que buscaran una opción que la preparara para un futuro, en el que los cambios, respecto al hoy van a ser tan extraordinarios e inciertos, que la única forma de poder afrontarlos va a ser educando en base a las competencias que va a necesitar enfrentarlo con garantías y solvencia.
¿Qué debería tener la cabeza de Claudia, por qué y para qué, en ese futuro que deberá afrontar? Permitidme que use esta figura para ilustrar cuáles con las líneas directrices que deben marcar la propuesta pedagógica que defendemos para que esa niña, y todos los demás niños españoles de edades similares, puedan abordar con garantías ese futuro y escapar del estigma de país de servicios de bajo valor añadido que parecemos ser.
Esta figura nos sirve para ilustrar cómo se desarrolla nuestra propuesta educativa que se sustenta sobre la base de los principios de la neurociencia y su aplicación a la educación que analiza cómo es la actividad cerebral que interviene en los procesos de aprendizaje de las personas. Tomamos pues la neurodidáctica como marco general que soporta una serie de estrategias y propuestas metodológicas que se adaptan al ritmo particular de aprendizaje de cada niño, y desde las que se articulan el trabajo sobre las competencias que va a necesitar Claudia en el futuro. Tenemos así ya identificados los cuatro primeros niveles de la propuesta:
1. Neurodidáctica como marco conceptual que marca la forma adecuada de aprendizaje.
2. El desarrollo emocional, social y físico de la persona.
3. Propuesta metodológica que deben ser las palancas que accionen el aprendizaje.
4. El objeto de aprendizaje sobre el contenido: las competencias. Pero, ¿cuáles y por qué?
A estos 4 niveles debemos añadir un entorno: el medio físico y natural, y nuestra vinculación con él, en tanto en cuanto en él nos desarrollamos y desenvolvemos. Por tanto, nos deberemos preguntar qué debe aprender Claudia en el colegio sobre dicho entorno natural y su preservación, tanto por el interés que debe suscitarnos como ser humano, como por la conexión que desde nuestros ancestros se ha tenido con dicho medio. Pero también como hecho económico y palanca de hechos económicos.
También hay que añadir el contexto o los contextos en los que se va a desarrollar el aprendizaje de Claudia. Si dentro de 15-20 años nadie tiene duda alguna de que vamos a estar en una sociedad infinitamente más tecnologizada y tecnificada que la actual, parece ridículo pensar que, ya, en la actualidad, no por necesidades del guión del COVID-19, sino porque es una necesidad real, nuestros alumnos no adquieran ese aprendizaje en un doble contexto: offline y online. Un modelo blended sin tapujos.
Finalmente, y derivado de todo lo anterior, deberemos revisar nuestro modelo de evaluación. Una evaluación como la actual poco aporta al crecimiento personal de buena parte de nuestro alumnado, provoca un efecto de expulsión del sistema alto, debido al factor de desmotivación y desaliento de muchos alumnos y, lo que es peor, ni siquiera provoca un efecto reenganche a un sistema paralelo de formación profesional. Simplemente los expulsa. Hay que lanzar una propuesta de evaluación que se adapte al nuevo modelo y permita el control del progreso de nuestros alumnos y que sea una fuerza de mejora y adaptación del proceso de aprendizaje real.
Hoy es 19 de mayo de 2020 y es el cumpleaños de Claudia. Por eso me permito escribir este artículo y pensar que entre todos podremos hacer un sistema educativo, basado en un nuevo modelo pedagógico, que asegure su vida plena como mujer en el año 2046.
#pactoporlaeducaciónYA!
Jaime García Crespo, CEO de Educación y Sistemas