O jugamos todos, o se rompe la baraja

¿Ves algún parecido entre tus días de colegio y los de tus hijos? Los míos me cuentan algunas situaciones que me hacen recordar ese día que mi amiga Susi no pudo venir a la fiesta de fin de curso de la clase. Habíamos llevado cada uno una bolsa de gusanitos o de patatas para compartir y una bebida. Estábamos emocionados. Pero ese día, mi amiga le gastó una broma a otro niño, poniéndole un mote que nos pareció muy gracioso. Doña Pilar lo escuchó y no le pareció tan cómico, sino de lo más ofensivo, porque la castigó sin ir a la fiesta.

Cristina Arana Llopis
Cristina Arana Llopis es psicóloga

Pero Susi era la misma niña que hablaba con todos y miraba por sus compañeros, sobre todo por los que veía más solos. La misma que, con las preocupaciones propias de los 14 años, hacía sitio a una compañera que siempre estaba sola en el patio. A pesar de que el resto de amigas no queríamos, la acogía e integraba en el grupo porque veía que ella sola no podía hacerlo y que los demás se lo ponían muy difícil. La misma Susi con la que se metían por su baja estatura, año tras año. La misma que se reía de sí misma y se aceptaba tal cual. La misma que se sintió sola más de una vez, estando rodeada de gente nueva cuando se iba de campamento.

Me gusta contar esta historia a los chavales que se forman para ser Alumnos Ayudantes. Susi ya lo era, cuando aún no existía la ayuda entre iguales como tal en los centros escolares. Tal vez, cualquiera de nosotros vivimos situaciones en aquel entonces que hoy nos gustaría haber abordado de otra manera, con menos miedo y más solidaridad. Quizás nos hemos reído de ese niño de clase del que todos se reían o cuando nos han pisado, hemos respondido pisando aún más fuerte. En este tipo de conflictos que se dan en la convivencia, ¿quién enseña a niños y adolescentes a manejar sus emociones?, ¿quién les guía para que tomen una decisión propia pensando en las consecuencias de lo que van a hacer en determinadas situaciones?

La comunicación, la mejor guía

Los padres, o mejor dicho, sus hábitos de conducta y su modo de relacionarse con el mundo, son el referente principal para los niños, aquello que observan y absorben día a día. Los vínculos basados en el amor y el respeto, el cuidado de uno mismo y de los demás y la comunicación, son valores que se adquieren en casa. Y es obvio que niños y adolescentes establecen sus vínculos durante las horas que pasan en el colegio, que no son pocas. La labor de los padres está en todas las horas previas y posteriores al horario escolar; de esta forma, los hijos seguirán practicando esos valores fuera de casa. Es una gran tarea. ¿Por dónde empezamos?

Te invito a que tengas una conversación contigo mismo con el fin de que identifiques qué hicieron tus padres (o qué te gustaría que hubieran hecho) para sentir su apoyo y que tu confianza en ellos fuera en aumento. ¿Qué acciones concretas te ayudaron o te hubiesen ayudado a resolver un problema con un compañero, a transitar una desilusión o ayudar a un amigo que pasaba por un momento difícil? Lo siguiente que te planteo es cuáles crees que te van a funcionar mejor con tu hija o hijo en particular. Como ya te imaginarás, no hay fórmula mágica que sirva para toda situación y persona, pero sí te propongo varias recomendaciones para que tú las pongas a prueba: escuchar a los hijos, sin hacerles un interrogatorio; compartir aspectos de tu día y hablarles de tus emociones en relación a las cosas que te ocurren, o las personas a las que quieres; interesarte por sus deseos y problemas, por lo que les gusta ahora, y por sus amigos, con quienes pasan su tiempo. Sin invadir. Sin darles todo hecho y sin poner nuestra solución por delante, preguntándoles qué alternativas encuentran ellos a los problemas con que se encuentran.

De esta manera, les ayudamos a gestionar sus emociones relacionadas con los conflictos diarios, además de afianzar un vínculo para toda la vida en el que la comunicación y la comprensión son puntos de anclaje. Para educar en lo emocional a los hijos, el trabajo inicial pasa por mirarse a uno mismo y saber qué mochila emocional cargamos: en qué estado se encuentra la confianza en nosotros mismos y en los que nos rodean, cómo nos expresamos, cuál es nuestra forma de abordar los conflictos. Decidir qué transmitir a los hijos y cómo hacerlo es una responsabilidad nuestra como padres.

Familia y sociedad, un viaje de ida y vuelta

En cuanto a los medios de comunicación, suelen mostrar los sucesos de forma alarmista o en sus últimas consecuencias, sin hablar de los pasos previos ni los modos de prevenir y actuar ante los conflictos escolares. Mientras, en los programas de mayor audiencia, los participantes se lanzan toda clase de insultos y comentarios discriminatorios, por ideología, aspecto físico o estatus socioeconómico. Eso, sin hablar de las dificultades de nuestros políticos para llegar a acuerdos y mirar por el bien común. ¿Crees que los niños son ajenos a lo que ocurre en su sociedad? Está claro que tenemos una responsabilidad compartida y que la falta de respeto, empatía y asertividad está en la base de los conflictos de convivencia, desde la política, pasando por el mundo del trabajo, el vecindario, las relaciones familiares, el clima en la escuela y en las redes sociales. Preguntarnos qué les estamos transmitiendo y mirar cómo pensamos y cómo nos comportamos entre nosotros, los adultos, nos dará muchas pistas para entender las relaciones entre niños y adolescentes, quienes están en plena formación de sí mismos y su sistema de valores. Elegir unos programas u otros, comentar con los hijos adolescentes aquello que ven en televisión o en internet, ayudarles a que entiendan los riesgos de un mal uso y utilicen las redes con sentido común, son prácticas que funcionan, aunque a veces los resultados no se vean a corto plazo. En educación hay que perseverar, convertirnos en corredores de fondo.

El papel de los Alumnos Ayudantes

La responsabilidad de los colegios es considerable: asegurar un buen clima de convivencia para que cada uno de sus alumnos vaya a gusto a clase. Entonces, se hace necesario formar en materia de prevención y convivencia al profesorado y demás profesionales, como monitores de comedor, extraescolares y personal no docente de los centros. El objetivo es que dispongan de herramientas y conocimientos que les permitan detectar e intervenir en situaciones conflictivas.

En este sentido, desde los centros han de coordinar la formación de los padres en temáticas preventivas como la educación emocional y la resolución de conflictos e incorporar la ayuda entre iguales y la mediación. Una medida que está teniendo muy buenos resultados, es la puesta en marcha de una comisión de convivencia en la que participen Alumnos Ayudantes del propio centro, profesores comprometidos y familias. En estos programas, los compañeros más prosociales pueden, de manera voluntaria, formar parte del grupo de Alumnos Ayudantes que como mi amiga Susi se van a encargar de integrar a los nuevos, a los que están aislados, los que muestran menos habilidades sociales o están pasando por momentos difíciles. Con la guía de los responsables de convivencia del centro, orquestados por el Departamento de Orientación y en colaboración estrecha con la Jefatura de Estudios, los propios niños y adolescentes aportarán sus soluciones y creatividad ante los conflictos que ocurren en su entorno, tanto físico como virtual. Y así, entre todos, iremos construyendo el camino para cambiar nuestra manera de afrontar los conflictos; para que todos juguemos y no se rompa la baraja, que no es otra que nuestra sociedad y su futuro: los niños y adolescentes.

Cristina Arana, Psicóloga de Recurra Prevención

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