¿Qué nos pasa?

jóvenes responsables

Uno asiste, entre perplejo y anonadado, a esta especie de catarsis colectiva, de aquelarre social que muchos han determinado en llamar “nueva normalidad” y se pregunta, entre impotente y culpable, ¿qué hemos hecho mal para merecer una sociedad así?

Sabido es por todos los lectores mi fervor liberal, y en tanto que eso es así, mi defensa irrenunciable de las libertades del individuo. Teniendo en cuenta lo anterior, uno se sorprende de qué tipo de valores hemos inculcado a nuestra masa social para que, en ejercicio de su voluntad individual, cada uno decida que ésta sea restringida por el peso de la colectividad. No quiero, que no se me entienda mal, contraponer el concepto de libertad individual al de responsabilidad social. Ambos son compatibles y, sobre todo, deben serlo. En tanto en cuanto uno es individuo de una sociedad, debe acatar las normas de estas y, sobre todo, el alcance de las libertades individuales de su convecino.

Pero, y se preguntará el lector, ¿por qué esta diatriba teórica sobre el concepto de libertad individual? Pues porque a tenor de las noticias que venimos escuchando en la última semana, los últimos días, uno se pregunta qué es lo que estamos haciendo mal en la escuela para que, adolescentes, veinteañeros, que hace poco han pasado por nuestras aulas, no sean capaces de comprender que su responsabilidad social ante el resto de los ciudadanos, en nada restringe su libertad individual. Más bien al contrario, que, con su comportamiento, en algunos casos, irresponsable, lo único que consiguen es el efecto contrario a lo que pretenden. El confinamiento no es, ni más ni menos, que una absoluta restricción de nuestros derechos fundamentales como ciudadanos. No voy a dramatizar, porque soy consciente de que este confinamiento viene provocado por una alarma sanitaria y no por motivos ideológicos (afortunadamente seguimos en Europa), pero, en todo caso, es tal la restricción de los derechos de uno, que sorprende que, precisamente en uso de esos derechos (es lo que les lleva a muchos a esas fiestas y/o botellones), se arriesguen a perderlos de nuevo.

¿Qué enseñamos a nuestros alumnos?

Llevo muchos años deseando lucirme con una integral de segundo grado en una reunión social. Sueño con el día en que pueda señalar algo así como “querida señora, la articulación de su frase es del todo incorrecta, gramaticalmente hablando”. Por no mencionar el éxtasis que debe producir corregir a un interlocutor con la siguiente aseveración: “caballero, poco viajado parece, si piensa que Dniéper es un delantero centro bielorruso y no un río que cruza Kiev”. Con cincuenta y un años aún no he conseguido pegarme ninguno de los tres gustazos y quién sabe si algún día lo conseguiré. Es probable que no. Ni yo, ni nadie. Luego ¿no parece más inteligente dedicar nuestro tiempo educativo a hacer de nuestros alumnos ciudadanos libres, críticos y socialmente responsables? ¿No parece más acertado que parte del tiempo que dedicamos a “inyectarles conocimientos irrelevantes” lo dediquemos a trabajar con ellos la capacidad de reflexión, comunicación, creatividad o respeto al prójimo y a sus ideas?

Es probable que, en un contexto de educación con miras más amplias, sin dogmatización, ni proselitismo, hubiéramos sido capaces que todos esos jóvenes que, de forma natural y normal, están deseando salir y volver a relacionarse, lo hubieran hecho desde una perspectiva de conciencia social más sensata y sana. Todos saldríamos ganando.

Les dejo, que empieza “Sálvame Tomate” y no puedo dejar de perderme el último affaire de “La Caja Fuerte”. Es una tertulia, al fin y al cabo.

#PactoporlaeducacionYA!

Jaime García Crespo, CEO de Educación y Sistemas.

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