
Uno de los dispositivos informáticos más populares en educación son las pizarras digitales. Están presentes en nuestras aulas desde hace años, y ya son amplia mayoría los centros que cuentan con algunos de estos aparatos. Muchas veces no se tienen en todas las clases, pero sí en algunas de ellas. Por lo menos en una o dos, como prueba.
Buena parte del éxito de las pizarras digitales proviene del hecho de que se trata de un elemento que cumple una función muy similar a la que viene haciendo tradicionalmente la pizarra de toda la vida, con quien además se complementa muy bien. Cualquier docente, por muy reacio a los cambios que sea, percibe al menos algo de valor en ellas. Son herramientas fácilmente asimilables por el sistema escolar.
Otro ingrediente que ha jugado a su favor es que, aunque se trata de aparatos que tienen precios altos, el hecho de que con sólo uno de ellos se da servicio a un aula completa, hace que su coste sea percibido como razonable.
Una gran pantalla
La cuestión que nos ocupa aquí es no tanto analizar la pertinencia o no de las pizarras digitales en las aulas, sino sobre todo evaluar su uso educativo. Seamos realistas: las pizarras digitales suelen utilizarse casi siempre sólo como una gran pantalla.
Esto ya es en sí mismo positivo. Que un aula cuente con la posibilidad de que todos sus estudiantes puedan visionar colectivamente un vídeo de interés didáctico seleccionado por el docente es muy interesante. O duplicar la pantalla de un ordenador que sea ilustrativo por su contenido: una página web, una presentación, etc. Pero para eso no hace falta una pizarra digital: por unas decenas de euros encontramos en el mercado proyectores pequeños y prácticos que dan muy buen servicio, incluyendo altavoces incorporados más que suficientes para este uso.
Desde nuestro punto de vista, todas las aulas de cualquier centro educativo deberían poder contar con algún tipo de pantalla comunal, ya sea un monitor de tamaño mediano o grande, un proyector, etc., que se pueda conectar. Muy pocos docentes, por no decir ninguno, estarán en contra de esta afirmación. Y si es además con dispositivos sencillos y prácticos como los que hay actualmente, mucho mejor.
Algunos proyectores incluso por su tamaño y peso pueden ser fácilmente transportados por los docentes de un aula a otra sin problema.
Y algo más
Pero con las pizarras digitales estamos hablando de algo más. A los usos ya vistos de visionado colectivo de vídeos, presentaciones, etc. se le suman otros que pueden ser también muy prácticos e interesantes desde el punto de vista pedagógico.
En primer lugar, las propias pizarras digitales suelen incorporar funcionalidades útiles, como que un docente pueda subrayar o resaltar algún texto o alguna parte de la imagen mostrada, ocultar otras, escribir o tomar notas, añadir esquemas, etc. Como en una pizarra tradicional, con la ventaja de que se puede hacer no sobre vacío sino por encima de un contenido previo.
También permiten que el contenido mostrado pueda manejarse desde la propia pizarra, sin necesidad de acudir al ordenador o a algún mando a distancia, lo que aporta dinamismo a la actividad.
Pero en el siglo XXI lo natural es ofrecer aún más. Y en eso tienen mucho que ver los proveedores de contenido educativo digital. El binomio de editoriales educativas y pizarras digitales tiene una gran tradición. Muchas veces han ido de la mano. Sin embargo, la oferta habitual era la proyección del libro digitalizado, salpicado con alguna actividad interactiva. Este uso se parece bastante al que tenían los monjes medievales en sus coros, con esos grandes libros que se exponían en el centro, para que todos pudieran leerlos a la vez.
Hace falta algo más. Sobre ello profundizaremos en esta sección.
Julián Alberto Martín
La tecnología, ¿mejora la educación?
Fotografía: “Municipio porteño entregó ocho pizarras digitales a escuelas vulnerables” by talcahuanofotos is licensed under CC BY-SA 2.0