Sin mérito se quiebra la función social de la Educación

Sin mérito se quiebra la función social de la Educación

Recuerdo muy nítidamente mi primer día en la Universidad. Aquel profesor se presentó ante sus numerosísimos estudiantes, exhibiendo su excelso curriculum y sus méritos investigadores para, posteriormente, hacer una exposición del programa de su asignatura que, como muchas en aquella época, sólo se podían aprobar si estudiabas sobre los apuntes y ejercicios que te pasaban de las academias especializadas.

Visto con la experiencia de los años, la presentación del profesor y de la materia, resulta más beneficiosa si se aprovecha la oportunidad para lanzar mensajes que hagan, de forma inconsciente, que los estudiantes asuman de forma natural el liderazgo del docente como un ejemplo a seguir en su vida dentro y fuera del centro educativo.

Enviar mensajes sobre el valor del mérito y del esfuerzo; hacer equipo indicando que el éxito o fracaso de cada alumno también lo es de su profesor; impactarles con lo apasionante de la materia que van a estudiar; avanzarles que, en el reto que les aguarda, siempre tendrán el acompañamiento de su profesor; convencerles de que se les dará todo el apoyo necesario para superar la materia, pero que no se les regalará nada; y, hacerles entender que deben aprender a superar la frustración si cosechan algún suspenso o no están de acuerdo con algunas calificaciones. En realidad, se trata de que la labor docente sirva para algo más que dominar la materia que se enseña. Se trata de que nosotros, los docentes, nos sintamos de verdad catalizadores en el cambio y la mejora de la vida de cada uno de nuestros discentes.

Si queremos preparar a los alumnos para enfrentarse a las dificultades que les surjan en la vida, debemos darles los instrumentos para que no se dejen vencer por la frustración; una frustración que siempre es consecuencia de exigir logros sin esfuerzo, de la necesidad de la inmediatez y de la falta de carácter. Lamentablemente, hoy existen ciertas modas ideológicas que intentan dar valor al éxito fácil, en detrimento del esfuerzo; incluso, más allá, sin alcanzar el éxito se llega a considerar un triunfo la mera imposición de lo fácil. Frente a ello, el reconocimiento del valor del mérito es lo que crea sociedades más justas y prósperas. Sin embargo, crear personas de mérito es imposible si no se ha creado previamente el carácter de esa persona.

Sin duda alguna, el fallo más importante del sistema educativo actual es la ausencia de la formación del carácter en los estudiantes. La docencia de cada asignatura debería ayudar a la formación de ese carácter, a partir de fomentar afición en la materia conducente a establecer disciplina de hábitos y una actitud de tesón en el trabajo y máximo esfuerzo. Lo fundamental para formar el carácter es saber que, más que lograr éxitos, lo realmente importante es el esfuerzo de intentarlo, no derrumbarse ante las complicaciones, tener firme compromiso de darlo todo y de volverlo a intentar hasta lograrlo.

Motivar a los alumnos en el estudio de la asignatura constituye el primer deber del docente. Establecer metas claras y alcanzables, lograr una comunicación fluida con el estudiante, fomentar la participación activa, relacionar los contenidos con la vida real, crear ambientes positivos y reconocer los avances de los alumnos, son técnicas conocidas que, bien aplicadas, ayudarán a aumentar el trabajo y el esfuerzo de cada discente. Percibirán el estudio de la asignatura como algo nada aburrido. El objetivo es provocar en los estudiantes algo similar a lo que experimenta un jugador de fútbol en el campo de juego. En un partido, al futbolista le duelen las piernas y está cansado, pero no dejará de correr hasta el pitido final porque le gusta la práctica de dicho deporte. Su experiencia será frustrante si no logra ganar el encuentro, pero esa frustración no evitará que vuelva a jugar el siguiente partido con la misma intensidad e ilusión por lograr el triunfo.

Los docentes que trabajamos con esos objetivos sabemos que vamos en la dirección correcta, pero que remamos a contracorriente, Tal es así porque en España se legisla, sin consenso político ni social, sin contar con los profesionales de la Educación, y desde la percepción de que “condenar a los alumnos por un suspenso es elitista” (exministro de Universidades Manuel Castell dixit).

Es muy obvio, que esto no conduce a garantizar la debida calidad formativa de nuestros estudiantes. De hecho, lo que realmente condena a un alumno es aprobarlo careciendo de los suficientes conocimientos porque no alcanzará el nivel profesional requerido en un mercado laboral cada vez más competitivo, además de lastrar la economía y el progreso de la siguiente generación de españoles.

Un suspenso no condena a nadie porque un suspenso no es para siempre. Todo lo contrario, el suspenso implica que el alumno no ha alcanzado el nivel adecuado y que tendrá que superar la frustración, esforzarse más y alcanzar finalmente el aprobado. En esto consiste el valor del “mérito”, valor básico en el que se fundamenta la universidad y cualquier nación socialmente avanzada. Sin el mérito y sin la igualdad de oportunidades, la educación y la formación pierden su función de ascensor social o, mejor dicho, de escalera social porque subir en ascensor no requiere el esfuerzo de hacerlo por una escalera; y la formación de cada persona supone un esfuerzo por su parte y, por lo tanto, un mérito.

Quienes provenimos de familias humildes sabemos muy bien que el valor reside en que, con las mismas oportunidades formativas, cada persona alcance el lugar donde su mérito, su esfuerzo y su trabajo le lleven.

Una sociedad avanzada, libre y democrática debe guiarse por el mérito, por la capacidad de esfuerzo y por la equidad (que no igualitarismo). Cualquier otra alternativa nos puede conducir a la arbitrariedad, al sectarismo y de ahí, al totalitarismo.

Por Ricardo Díaz, catedrático de Ingeniería en Universidad CEU San Pablo y miembro del Consejo Editorial de ÉXITO EDUCATIVO

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