
¿Qué tiene que ver el uso de los EEG, dispositivos de electroencefalografía, con el método educativo? Más del que pudiera parecer a simple vista. Y en ello trabajan desde hace años psicólogos, neurólogos y educadores. Porque sí, es probable lograr la metodología de enseñanza más adecuada que facilite el mejor aprendizaje posible si se conoce la actividad eléctrica cerebral del alumno.
Y sobre ello trata el estudio ‘Potencialidades y limitaciones de la usabilidad de dispositivos EEG en contextos educativos’, recién publicado en el número 76 de la revista Comunicar, en el que los investigadores ponen de relieve que “la potencialidad de estos trabajos radica en poder beneficiar a los educadores con un mejor conocimiento de los procesos subyacentes a sus propuestas y los efectos de su trabajo, llegando a facilitar situaciones educativas más ajustadas a las características y necesidades del alumnado”.
Ahora bien, no sin dejar de lado ciertas reservas que detallan en su trabajo experimental sus autores, los doctores Alfonso García-Monge, profesor titular del Área de Didáctica de la Expresión Corporal; Henar Rodríguez-Navarro, profesora titular del Departamento de Pedagogía, y José-María Marbán, profesor titular del Departamento de Didáctica de las Matemáticas, todos ellos de la Universidad de Valladolid.
Los nuevos dispositivos de electroencefalografía (EEG) inalámbricos permiten realizar registros en contextos fuera del laboratorio. Esta fue la base del estudio. Sin embargo, los investigadores advirtieron que para su utilización hay que tener en cuenta “muchos detalles”. En este trabajo, a partir de un estudio de caso instrumental con un grupo de escolares de tercer curso de Educación Primaria, se pretendía mostrar algunas potencialidades y limitaciones de la investigación con estos dispositivos en contextos educativos.
En este contexto, como punto de partida, los investigadores apreciaron “varios equilibrios en el desarrollo de estas experiencias: entre los intereses y posibilidades de los equipos de investigación y las comunidades educativas; entre la distorsión de la vida en las aulas y las oportunidades de la colaboración entre la academia y la práctica; y entre el presupuesto y la facilidad de preparación de los equipos y la utilidad de los datos recogidos”.
¿Qué de bueno puede tener en el ámbito de la educación el uso de estas herramientas? Los investigadores daban esta respuesta: “Entre sus potencialidades encontramos el conocimiento al que permiten acceder sobre diferentes procesos cognitivos y emocionales, y la oportunidad de aprendizaje que suponen los nexos entre investigadores y comunidades educativas”.
Y aunque, a modo de inconveniente, reconozcan los autores del estudio que “la vida en las aulas se ve interrumpida por este tipo de experiencias”, con todo y eso, “ello puede suponer un coste que facilite desarrollos futuros más integrados que beneficien los procesos de enseñanza y aprendizaje”.
La accesibilidad a dispositivos EEG de bajo coste ha permitido que en la última década aparezcan algunos estudios indagando en su aplicación en diferentes contextos educativos. En comparación con ámbitos como el márketing o los videojuegos, la investigación es aún limitada, admiten los autores.
Así, en este contexto son más los estudios con universitarios. El número de trabajos con escolares es “muy reducido”, los tamaños de la muestra “son pequeños” y muchos estudios utilizan dispositivos de bajo coste con menos de cinco sensores secos, “lo que limita la fiabilidad de los datos”, avisan los estudiosos. A eso se suma el alto coste de los dispositivos de calidad, sus prolongadas preparaciones, o la accesibilidad a muestras con poblaciones infantiles.
Así se hizo el estudio
El estudio se ha desarrollado con un grupo de 17 escolares de tercero de Educación Primaria de edades comprendidas entre los 8 y los 9 años (10 niñas y 7 niños) en un centro con el que los investigadores colaboran habitualmente. Los escolares conocían a parte del equipo de investigación ya que realizan con ellos actividades semanalmente. Ese conocimiento personal mutuo facilitó el trabajo de campo.
Explican en el artículo en el que resumen su estudio que el diseño de las tareas escolares sobre las que se realizaron los registros se consensuó con el profesorado del grupo, atendiendo a sus inquietudes.
Con el fin de reducir el impacto en los escolares al introducir estos dispositivos en el aula y aprovechar la oportunidad para que el alumnado comprendiera mejor el funcionamiento neuronal, una semana antes de comenzar el estudio, se desarrolló un taller en el que se introdujo al grupo en diferentes aspectos de la actividad cerebral, mediante dispositivos lúdicos de neurofeedback. Para la realización del estudio se contó con el preceptivo permiso del centro educativo, el consentimiento informado de las familias y la aprobación del Comité Ético de la Universidad.
No todo se deslizó por la senda correcta. Como cabía esperar, una propuesta como esta de uso de EEG en el aula puede generar “curiosidad” y, cómo no, “reticencias”, tanto por parte del claustro, como de las familias y de los propios alumnos. No fue este el caso, pero los investigadores sí preavisan que son situaciones que pueden darse de llevarse a cabo experiencias similares.
Desde luego, “colocar dispositivos asociados con la electricidad, lo patológico o con ‘el acceso al interior de la mente’, crea recelos entre algunos docentes y familias. Por ello hay que explicar en detalle el proyecto”, subrayan en su estudio los investigadores.
La ética, lo primero
En este sentido, a nadie se oculta las implicaciones éticas que comporta una dinámica de estas peculiares características. Una de ellas tiene que ver directamente con este tipo de experiencias interrumpen la vida escolar. Por ello, apuntan los autores de este estudio, con el fin de reducir esta eventual consecuencia disruptiva “resulta importante integrarlas en la programación y proyectarlas atendiendo a los criterios docentes”. Además, advierten, las pruebas no deberían ser muy largas para evitar el cansancio del alumnado, ni entorpecer otras actividades escolares.
“Para el alumnado supone una oportunidad para ponerse en contacto con dispositivos, procedimientos y saberes de difícil acceso”, valoran los doctores de la Universidad de Valladolid, que inciden en que los datos “son delicados” lo que hacen preciso, cuando no obligado, “asegurar su confidencialidad y seguridad”. Porque, recuerdan, “se trata de datos de señales biológicas de menores y es importante seguir todos los protocolos para la protección de los datos”.
En el capítulo de conclusiones, apuntan los investigadores que “si los resultados de las investigaciones pueden ayudar a los docentes a orientar mejor su práctica educativa y la experiencia enriquece a los participantes, se habrán compensado los inconvenientes”.
El objetivo principal de este estudio de caso fue analizar las posibilidades y limitaciones del uso de dispositivos EEG en contextos escolares, para informar a investigadores o educadores que se hayan planteado la utilización de EEG en sus estudios o como apoyo a sus intervenciones educativas.
“Esta conexión entre investigación y práctica educativa puede ayudar a los académicos a entender mejor la realidad escolar afinando sus preguntas de investigación y a la comunidad educativa le puede mostrar el potencial de la investigación sobre el cerebro”, señalan los investigadores.
E insisten en el análisis final de sus resultados en las “implicaciones éticas” del proceso. Tal y como lo explican ellos mismos, “entendemos que la potencialidad de estos trabajos radica en poder beneficiar a los educadores con un mejor conocimiento de los procesos subyacentes a sus propuestas y los efectos de su trabajo, llegando a facilitar situaciones educativas más ajustadas a las características y necesidades del alumnado”.
“Sin embargo”, agregan, “(…) no hay que perder de vista que las neurotecnologías emergentes aumentan el riesgo de utilizar el cerebro como un ‘recurso biopolítico’, promoviendo procesos de optimización y competitividad. También refieren a John Williamson sobre “los peligros de la ‘neurogobernanza’ que aspira a ‘escanear’ el cerebro para ‘esculpir’ ciertas capacidades”.
No en vano, prosiguen, “es bien conocida la dimensión política de la educación, y convendría tener presentes en este tipo de estudios sus objetivos e implicaciones”.
En resumen, y con ello se cierra el estudio, los autores esperan de los investigadores futuros “equilibrios entre los intereses y posibilidades de los equipos de investigación y las comunidades educativas; entre la distorsión de la vida en las aulas y las oportunidades de la colaboración entre la academia y la práctica; y entre el presupuesto y la facilidad de preparación de los equipos y la utilidad de los datos recogidos”.
Apuntado esto, recuerdan que “el coste (actual) de los dispositivos y los recursos humanos necesarios limitan la extensión de estas experiencias a situaciones completamente naturalistas”, si bien, matizan, “los trabajos en esta dirección permitirán generar un corpus de conocimiento que facilitará aplicaciones futuras, lo cual, unido con la mejora de los sensores y, posiblemente, al abaratamiento de los dispositivos, permitirá su extensión en beneficio de la educación”.