Ana Mombiedro, neuroarquitecta: «Un ‘aula a la carta’ favorece el rendimiento del alumno»

Llega a las librerías ‘Neuroarquitectura. Aprendiendo a través del espacio’ (Ediciones Khaf, 2022), un libro de divulgación de la arquitecta Ana Mombiedro sobre cómo el cuerpo humano transforma la información que recibe del entorno en sensaciones y cómo estas sensaciones, conectadas con las emociones, pueden ayudarnos en nuestras actividades diarias.

Neuroarquitectura se gestó a raíz de la participación de Ana Mombiedro como ponente en un taller organizado por ‘Espacios con sentido‘, el proyecto de Fundación Edelvives para transformar los espacios educativos y los elementos escolares, en función de la identidad del colegio y las nuevas metodologías. (Más información: www.espaciosconsentido.es)

En el ámbito educativo, el libro se detiene en los factores que facilitan la enseñanza de los docentes y el aprendizaje de los alumnos, tales como la iluminación, la distribución del mobiliario o el movimiento del sonido en el aula.

Mombiedro (Toledo, 1987) es licenciada en Arquitectura por la Universidad San Pablo CEU de Madrid, especializada en Neurociencia y Percepción por la Universidad Duke y máster en Educación por la Universidad Internacional de Valencia, y tiene mucho que decir en torno a un aspecto de la educación en el que no siempre caen en la cuenta quienes diseñan un centro educativo.

¿Qué es la neuroarquitectura? ¿Cómo debemos entender este nuevo concepto?

La Neuroarquitectura es una perspectiva de la arquitectura que reconoce e identifica el impacto que el entorno construido tiene en las personas. Nos permite, por primera vez, poner el foco del diseño en la experiencia del habitante. Esta experiencia tiene como punto de partida el sistema nervioso –lo neuro–. Decimos que la Neuroarquitectura nace de la unión entre la Neurociencia y la Arquitectura, pero se alimenta también de conocimientos de la Biología, la Psicología, la Sociología, la Antropología… y nos ayuda a comprender las implicaciones del espacio en los cambios y reacciones corporales y del comportamiento.

Debemos hablar con precisión por que todo es neuro, si no, no podría ser percibido, y, por lo tanto, no existiría. La diferencia entre un arquitecto convencional y un «neuroarquitecto» es que el primero toma como mecanismo de proyecto las propiedades de los espacios y los materiales de construcción, y el segundo las sensaciones y emociones de los habitantes.

Posee un Máster en Educación, lo que pone de relieve su interés por este ámbito ¿De qué modo se pueden mejorar los espacios educativos?

Siempre recomiendo hacer cambios con cierta frecuencia, lo que no siempre implica un gran desembolso económico. Implica tiempo e iteraciones. Acciones como cambiar la distribución del aula, cambiar el color y tipo de iluminación… No existen recetas del tipo «10 formas de mejorar tu espacio educativo». Lo que sí tenemos son dos formas de asegurarnos que los cambios que hagamos tendrán éxito y son, en primer lugar, implicando en el diseño a los usuarios. Esto quiere decir que debemos consultar con los estudiantes qué necesidades sienten que hay en el espacio. Y con esto no es preguntarles «¿qué quieres que haya en el colegio?», sino utilizar dinámicas de cocreación y de diseño participativo –de acuerdo al tipo de alumnado con el que se trabaje– para ver qué necesidades y posibles soluciones se detectan.

En segundo lugar, poniéndonos en la piel de los usuarios. No sólo de los estudiantes, sino también de los docentes, del personal que trabaja en el centro y de los padres, madres y tutores que visitan los centros. Respondiendo a preguntas como «¿si yo midiera 1 metro y no hablara con fluidez, ¿cómo podría desarrollar mi autonomía?» –aquí la respuesta es «en un espacio a mi escala»–.

Esta segunda premisa fue la que me llevó a realizar el Máster. Llevaba dos años en Helsinki trabajando en un estudio de arquitectura haciendo concursos para edificios educativos y me daba cuenta del desconocimiento que tenía sobre la realidad en las aulas. Me fui a trabajar a la universidad, como docente, y luego, mientras terminaba el Máster, di clase en un instituto…

Ahí empecé a entender las necesidades del espacio educativo y cómo me ayudaba haber estudiado el funcionamiento del cerebro y el cuerpo de los estudiantes. Vi claramente que no podemos tener soluciones universales, sino que necesitamos tener colecciones de formas de trabajar para obtener una solución para cada situación educativa.

Habla usted de que los actores que intervienen en la enseñanza, en esencia estudiantes y docentes, participen del diseño ¿Un aula a la carta?

Efectivamente, un aula a la carta que potenciará el sentido de pertenencia de los estudiantes y tendrá un impacto positivo en su comportamiento y rendimiento. Si este aula, además, permite que los propios alumnos hagan modificaciones cada cierto tiempo, este sentido de pertenencia se mantendrá en el tiempo. Mis alumnos pasaban entre 6-8 horas en el instituto, frente a las 2-4 horas que pasaban (despiertos) en casa. Esta reflexión debería ser suficiente para obligarnos a transformar los centros para que nuestros estudiantes estén más cómodos en los centros. Necesitamos aulas que conecten emocionalmente con nuestros alumnos. Es un tema que me preocupa enormemente, sobre todo en la etapa de la adolescencia –son los adultos del futuro próximo–. Es el ámbito que más investigo en la actualidad.

Imagine que soy el director de un centro educativo que le quiere dar una vuelta a sus aulas ¿por dónde empezamos?

Si diriges un centro de educación primaria, empieza por el mobiliario de las aulas, que sea ligero –para que los niños y niñas lo puedan mover–, que sea silencioso y que permita variedad de disposiciones. Importante, grupos de 4 estudiantes para facilitar el trabajo en cooperativo. Puedes continuar por las paredes. En todo momento piensa en la escala del espacio, que haya suficiente almacenaje para que el aula esté ordenada y sea fácil mantenerla limpia y despejada (evitando contaminación visual). Una vez realizados los cambios hay que ver qué sucede con el aula en plena actividad a nivel acústico, lumínico, olfativo, comprobar que la temperatura y humedad facilitan el confort…

Si diriges un centro de educación secundaria, empieza por poner el foco en los espacios comunes. El aula no es tan relevante porque en secundaria el uso del aula está mucho más dirigido a cumplir el currículo –sí que aconsejo que sean espacios flexibles y que permitan variaciones, sobre todo para poder trabajar la expresión oral individual y colectiva, los trabajos de exposición y actividades en grupo– Cuando trabajamos con la etapa de secundaria necesitamos poner el foco en las relaciones sociales y esto sucede en los pasillos, escaleras, las vías de acceso al centro, los baños, el patio… Hacer que estos espacios sean extensiones del aula ayudará a romper los límites con el aula y que los estudiantes comprendan que no sólo se aprende en clase. Hacer visible que necesitamos todo lo que aprendemos en clase para relacionarnos con el mundo y desarrollarnos como seres humanos plenos y completos.

¿Es lo mismo un aula de infantil o de primaria que una de secundaria o bachillerato? Es decir, ¿hay que tener en cuenta en el diseño la edad de sus ocupantes, los alumnos?

Por supuesto que es diferente, esto lo cuento en detalle en el libro que publiqué en junio de 2022 en lo que llamo la «antropometría sensorial». Estamos hablando de un niño de 4 años (aula de infantil), otro de 8 años (aula de primaria), otro de 13 años (secundaria) y otro de 17 (Bachillerato) y resulta que son tan diferentes como un ratón, un perro, un mono y un elefante.

Comparten material genético, claro, pero su nivel de maduración –su experiencia en el mundo– es radicalmente diferente. Las necesidades socioemocionales, cognitivas y fisiológicas de cada uno son distintas. El espacio educativo tiene que responder a estas necesidades (aparte, por supuesto de las necesidades metodológicas –esto viene de parte del docente– y las necesidades curriculares –esto viene de parte del sistema educativo–)

Más que la edad biológica, lo que tenemos que tener en cuenta es el nivel de maduración de los estudiantes, sin olvidar la metodología y el currículo.

¿Hasta qué punto la implementación de la neuroarquitectura como concepto puede mejorar el rendimiento escolar, si es que eso fuera uno de sus fines?

Poner el foco en el alumno nos va a asegurar el confort del estudiante teniendo un impacto positivo en el aprendizaje y comportamiento de los alumnos. Algo que ya se demostró con esta investigación y que debemos empezar a practicar en España, teniendo en cuenta nuestro clima, nuestra cultura y el caso particular de cada centro.

Cada colegio es un mundo ¿hay una concepción distinta para cada centro y en función de qué parámetros?

Cada colegio y cada grupo de alumnos debe tener en consideración su caso concreto. Extrapolar soluciones arquitectónicas, sería una aberración que negaría la belleza del ser humano como ser vivo complejo en constante cambio y evolución. Si queremos parametrizar estos cambios, tenemos por un lado los parámetros propios de cada grupo de estudiantes –parámetros socioemocionales, cognitivos y fisiológicos–, y por otro lado los parámetros propios del espacio construido –temperatura, humedad, iluminación, olores, acústica, biofilia, conexiones visuales…–

Deduzco que esa concepción es indistinta de que el centro sea público o privado…

Efectivamente, ponemos el foco en el ser humano, independientemente del tipo de centro. Y aunque hemos hablado de las aulas, no olvidemos que el aprendizaje sucede en todas partes, pensemos que los espacios públicos, los hogares, los hospitales, las iglesias, los restaurantes, los supermercados… también son sitios que nos facilitan conocimiento.

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