Del Paleolítico al ansiolítico

bienestar emocional

El progreso tecnológico nos ha aportado múltiples beneficios, pero ha surgido también un debate sobre el impacto negativo en el bienestar de las personas, como potencial fuente de estrés, ansiedad, incertidumbre, inseguridad e incluso miedo.

Francisco Giner Abati que es un referente de la antropología y ha convivido mucho tiempo con sociedades primitivas, sostiene que la cultura es un arma de doble filo: nos puede hacer daño, al igual que nos proporciona ciertas ventajas o comodidades y también es patógena o patogénica, es decir determina o promueve enfermedades propias de esa sociedad.

Si comparamos, en las culturas “originarias” predominan las enfermedades infecciosas, mientras que en las nuestras -más allá del caso aislado de la pandemia-, son más frecuentes las crónicas y degenerativas -cardiopatías, problemas de sobrepeso-, así como las patologías mentales.

Efectivamente: las enfermedades mentales guardan relación con el grado de desarrollo. Los países con economías más desarrolladas están a la cabeza, especialmente los japoneses, los escandinavos y también los rusos.

Sin embargo, aquí en España todavía somos un poco tribu. No somos alemanes, ni japoneses. Aquí la gente en los pueblos aún saca la silla a la puerta de la casa para conversar, socializa en los bares o incluso en las plazas por el buen clima que tenemos.

De todas formas, a nivel global, el camino que llevamos, nos acerca cada día a estilos de vida más individualistas que fomentan las patologías mentales tanto en jóvenes como en adultos.

Además la sociedad actual nos lleva hacia la inmediatez y la pereza mental. Fijaos en nuestra cultura: una Big Mac te quita el hambre; visualizar Instagram te desengrasa la mente; TikTok te divierte y Tinder te permite ligar. Todo se nos pone en bandeja y prácticamente sin movernos del sillón.

Los tres ejemplos anteriores son gratuitos y un menú Big Mac con patatas y refresco no llega a los 10 euros. Son servicios masivos globalizados y que están al alcance de todo el mundo, igual que ChatGPT que redacta por nosotros e incluso piensa por nosotros -el 82% de los adolescentes usa esta herramienta para tareas escolares-.

Todo esto nos facilita la vida pero, sin embargo, como dice Stefan Klein, físico y filósofo:  “tenemos más tiempo libre que nuestros abuelos, pero vivimos más agobiados”.

Y es que el progreso tiene un precio oculto y las empresas tecnológicas se han servido de herramientas para hacernos caer en la trampa del comfort explotando las debilidades eternas del ser humano.

«Nos hemos convertido en una sociedad de comodones» señalaba el diario El Mundo.

¡Bienvenidos al club del Homo Confortensis Occidentalis!

Este presente tecnológico nuestro nos viene grande porque hemos abrazado la tecnología de forma ligera, ingenua; ensimismados con sus luces destellantes.

De aquellos polvos, estos lodos: los pediatras españoles alertan que la salud mental de los adolescentes ha empeorado en los últimos años y eso se nota en las aulas.

El profesorado sostiene, de manera generalizada, que se sienten desbordados por el malestar emocional en el aula. Eso hace que tengan la sensación de que cada vez es más complicado impartir clases. Consecuencia de ello: el 40% de los docentes padece trastornos de ansiedad.

Según el Barómetro internacional de la salud y del bienestar del personal de la educación donde se han encuestado entorno a 3.000 profesores de toda España, se extraen datos como que más del 50% no es capaz de conciliar su vida familiar y laboral; entre el 65 y el 70% considera que el trabajo es muy estresante y en especial aquellos docentes mayores de 55 años que se topan con el uso de las herramientas digitales.

No solo eso, siete de cada diez profesores siente insatisfacción por no tener oportunidades para desarrollarse profesionalmente, a la vez que siente que su trabajo está infravalorado y no dignificado.

También hay datos sobre violencia en los centros educativos: el 25% de los encuestados asegura ser víctima de agresiones como insultos y el 44% ha sido testigo de algún tipo de violencia.

¡Vamos: un panorama alentador donde los haya!

Los jóvenes, influenciados por TikTok, abrazan la filosofía “delulu” consistente en huir de la realidad que les ha tocado vivir, falsear la realidad y ganar en autoconfianza. Todo para sentirse mejor con ellos mismos y evadirse de ese día a día en el que no se vislumbra un futuro.

Los delulus creen que autoengañarse es la solución para alcanzar el éxito, la fortuna o, incluso, el amor que llegará por arte de magia; que todo eso pasará sólo con creer que es posible.

Efectivamente el futuro desasosiega a los jóvenes y no quieren pensar en él.

Básicamente porque el escenario que se les presenta está marcado por trabajos precarios, sueldos bajos, vivienda inasequible y, como una guinda, la amenaza climática.

Conclusión: lo que tenemos son jóvenes cada vez más frágiles y evasivos que se refugian tras las pantallas porque el mundo de fuera les exige esfuerzo, atención, asumir responsabilidades y gestionar frustraciones.

¿Ellos tienen la culpa? ¿Acaso pidieron un móvil o una tablet? ¿Acaso son ellos los culpables de dormir pocas horas? ¿Acaso tienen la culpa de sentir desasosiego por ser la primera generación que vivirá peor que sus padres condenados a trabajos precarios y mal pagados?

¿Qué responsabilidad tiene el sistema educativo y el sistema universitario?

Es lo que se conoce como la estrategia de la ignorancia: te pasas 20 años en un sistema educativo sin aprender nada sobre tu cuerpo, ni sobre tu salud, ni sobre el dinero, ni sobre la importancia de establecer una buena red de contactos para el futuro profesional.

¿Y todavía nos sorprende este “cuadro” de deterioro de la salud mental?

Lo extraño es que no estemos peor.

La solución: escuchar a nuestros mayores.

Ellos tienen una gran importancia, silenciada por una sociedad que respeta poco o nada, el valor, la experiencia y la sabiduría que a lo largo de muchos años han podido desarrollar las personas mayores.

Fijaos en este ejemplo:

Inés de 70 años ha sido modista toda la vida. Todavía guarda unos pequeños libretos de su curso de Corte y Confección. Su nieta, una adolescente de 17 años, le pidió que le enseñase a cortar y confeccionar una falda. Gracias a esta petición, Inés se estrenó como profesora de su nieta. En poco tiempo, lo que empezó como  un juego se convirtió en un pequeño negocio al que acudían todas las amigas y compañeras para encargarles alguna prenda. Inés supo valorar el esfuerzo y trabajo que hizo, ganándose de este modo la confianza de su nieta. Gracias a ello, descubrió algunos de los problemas que tenía, entre ellos, una falta de interés por los estudios. Estimulándola y confiando en ella, ayudó a sacarla de esa faceta autolimitativa y desvalorizante de los adolescentes y, curiosamente, en el curso siguiente, aprobó todas las asignaturas. Enseñarla a coser fue una orientación profesional nada desdeñable.

Los abuelos tienen mucho que enseñar. Poseen trozos de historia vividos por ellos mismos que pueden transmitir. Tienen conocimientos y habilidades que no deben perderse. Han almacenado montañas de experiencias que pueden mostrarnos diferentes modos de vivir  y cómo afrontar las dificultades o las alegrías de la vida.

Nosotros solo tenemos derechos y ellos solo han tenido obligaciones. Nadie se paró a escuchar sus quejas y nunca tuvieron que pisar un psicólogo. Todos ellos fueron a trabajar y han sacado adelante a una generación entera.

Nosotros nos cobijamos bajo árboles que otros plantaron y bebemos en las fuentes que otros construyeron. Nosotros no hemos hecho nada… nos lo hemos encontrado todo hecho.

Nuestros abuelos fueron personas que salieron de una guerra y levantaron un país con una gran dignidad, con una gran nobleza y con una inteligencia natural -sin estudios y sometidos- ante los que solo podemos sacarnos el sombrero.

Ningún asistente de Inteligencia Artificial va a poder ofrecernos lo que verdaderamente necesitamos hoy: la fortaleza, la determinación y la lucha de nuestros mayores frente a las adversidades de la vida.

Por Xavi Delgado, fundador de Reiniciando las Aulas

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