Asisto perplejo a la lectura en ÉXITO EDUCATIVO de la noticia que informa sobre la presión de las embajadas de Italia, Francia y Alemania para suprimir la obligatoriedad de la enseñanza del español como lengua prioritaria en la educación secundaria del país carioca.
Más allá de mi circunstancia personal de español viviendo en Hispanoamérica desde hace casi dos décadas y la tristeza que me supone este retroceso en un concepto plurinacional iberista que englobe las realidades luso e hispanoparlantes en Europa, América y África, es importante contextualizar el panorama y no hacer que el relato mate el dato.
Y es que el dato no solo refleja que cuatro de los diez más importantes socios comerciales de Brasil son de habla hispana – concretamente Argentina, México, Chile y España – sino que hay países, como Paraguay, cuya economía se fundamenta en exportaciones a Brasil (36.85%). Y las perspectivas entre las relaciones multilaterales no son precisamente pesimistas, prueba de ello es el incremento del 32% en el ritmo anualizado de las exportaciones entre Brasil y España.
No nos engañemos: el veto del español en Brasil por parte Francia, Italia y Alemania, no es una cuestión meramente idiomática, sino que es una prueba más de la “amenaza” que supone a potencias otrora dominantes culturalmente, la influencia de una cosmología hispanista o iberista que ya es una realidad, y que se traduce en cifras inapelables. Más allá de aspectos económicos, la cultura hispana – entendida ésta como el conjunto de particularidades de países hispanoparlantes – está, si se me permite, de moda a nivel mundial. Y cuando un idioma se impone de forma natural, lo hace por dos razones: o por necesidad de ampliación del entorno social, o por la necesidad de crear vínculos económicos de intercambio.
Ese es el valor del español en la actualidad, consolidado como segunda lengua materna del mundo, con casi 500 millones de hablantes; y también la segunda más estudiada en EEUU, con más de 7.000.000 de estudiantes, siete veces más que el segundo (el francés), y siendo un país que en 2060 se prevé sea el segundo del mundo – tras México – con más número de hispanohablantes. Y no sólo eso, sino que en quince años se ha doblado el número de alumnos que estudian español en el Instituto Cervantes, llegando a la impresionante cifra de 25.000.000 de personas, y se ha llegado a impactar en naciones no precisamente aliadas histórica o culturalmente como el Reino Unido.
Terminada la redacción del presente artículo, y habiendo acudido a las estadísticas, me sigue embargando la tristeza pero ya no la perplejidad. Insisto en que es una acción diplomática que va más allá del estudio de una lengua. En cualquier caso, las tendencias no fallan, y es obligación de los que consideramos el hermanamiento entre las realidades luso e hispanoparlantes como un emocionante proyecto de transculturalidad, seguir trabajando por el desarrollo de nuestros países, a sabiendas del potencial académico, cultural y económico.
Alfonso Algora, consultor internacional educación y decano de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad del Pacífico en Paraguay.