Vivir menos y con peor salud, el coste de la ciudadanía menos educada

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El estudio «Vivir menos años y con peor salud» que publica el Centro de Estudios Demográficos, en la UAB, -que analiza por primera vez simultáneamente las desigualdades en salud y mortalidad de la población española-, constata que la población con un nivel educativo más bajo en España tiene una triple penalización que la de mayor nivel educativo: menor expectativas de vida, mayor desigualdad en la edad a la muerte y menor proporción de años con calidad de vida.

En el estudio, que acaba publicar la revista Perspectivas Demográficas -en base a datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) de los años 2017- 2019- se abordan las actuales diferencias en mortalidad y salud en España según nivel educativo. Es la primera vez que se analiza simultáneamente salud y la mortalidad (incluyendo indicadores de desigualdad ante la muerte por nivel educativo), y que se hace para toda la población española.

Estas diferencias en mortalidad y salud según el nivel educativo se sintetizan en una triple penalización de los menos instruidos en relación con los de mayor nivel educativo.

En primer lugar, se constatan unas menores expectativas de vida: en España, en 2017-19, los hombres con estudios superiores podían esperar vivir a partir de los 30 años, unos 5 años más que los que poseían estudios primarios o inferiores, mientras que esa diferencia era menor en las mujeres, de poco más de 3 años.

El rol que juega la educación es más discriminante en los hombres, ya que las diferencias entre los que poseen estudios secundarios y superiores son relevantes en ellos y menos significativas en ellas. Las desigualdades de vida media entre los hombres y las mujeres tienden a reducirse a medida que aumenta el nivel educativo, reflejando que los comportamientos y los factores de riesgo son más homogéneos entre la población más instruida.

En segundo lugar, una mayor desigualdad en la edad a la muerte: la desigualdad interna (variabilidad en la edad de la muerte) entre la población con una educación primaria o inferior supera en un 27% en los hombres, y en un 23% en las mujeres, a la observada entre los que poseen estudios superiores. Entre la población con educación superior, y en las mujeres también con estudios secundarios, las duraciones de la vida no sólo son en promedio más extensas, sino que también son más homogéneas, reflejando más equidad en la supervivencia.

Estas dos penalizaciones reflejan diferencias importantes en mortalidad por causas evitables y tratables. En general, las causas relacionadas con los comportamientos y los estilos de vida (por ejemplo, el consumo de tabaco y/o alcohol) tienen un peso relativo mayor en los hombres que en las mujeres.

De los 30 a los 49 años entre las principales causas evitables que presentan diferencias significativas de mortalidad entre nivel educativo bajo y alto se encuentran el cáncer de pulmón, las enfermedades isquémicas y los accidentes de tráfico en ambos sexos, además de los suicidios, el resto de accidentes y las muertes por consumo de alcohol o de drogas en los hombres, y las cerebrovasculares en las mujeres.

En la población de 50 a 74 años se dan diferencias significativas de mortalidad entre niveles educativos, entre otras causas, en las enfermedades isquémicas, en las cerebrovasculares y en el cáncer colorrectal en ambos sexos, además del cáncer de pulmón y de hígado en hombres, y de útero en mujeres.

La relación a mayor educación menor mortalidad evitable presenta una significativa excepción en el cáncer de pulmón en las mujeres de 50 a 74 años, ya que fue entre las más instruidas en las que se extendió primero el hábito del tabaquismo, mientras que en las cohortes más recientes las tasas más elevadas ya se dan en las mujeres con nivel educativo bajo.

La tercera penalización de la población menos formada se refiere a la desigualdad en salud. En mujeres, el número medio de años que pueden esperar vivir en buena o muy buena salud a partir de los 30 años es de 29,5 años entre las menos instruidas y de 44,2 años entre las que tienen educación superior (más de 14 años de diferencia, un 50% más), mientras que esos valores son de 30,9 y de 41,0 años en los hombres (10 años de diferencia, un 33% más de los de estudios superiores).

Sobre el estado de salud autopercibido, a  partir de los 30 años, los hombres con menores niveles de educación, tienen una expectativa de vida sin limitaciones 8 años inferior a la de los más instruidos, mientras que en las mujeres esa diferencia se aproxima a los 11 años.

Paradoja de género en la salud

La paradoja de género en la salud se constata cuando se analiza el conjunto de la población, ya que las mujeres viven más años, pero lo hacen en peores condiciones de salud. Pero esto se matiza cuando se considera el nivel educativo, pues entre la población con estudios superiores el porcentaje de años en vida en buena salud o sin limitaciones es similar entre los hombres y las mujeres, a pesar de que ellas viven más años.

Por el contrario, para la población con nivel educativo más bajo, y en menor medida para la de estudios secundarios, los años de vida de más que viven las mujeres en relación con los hombres son años con salud regular o mala.

En este sentido, el cambio generacional, asociado a la progresiva llegada a edades avanzadas de generaciones de mujeres cada vez más instruidas, puede contribuir en las próximas décadas a una mejora de las condiciones de salud del conjunto de la población femenina y a una reducción de las brechas de salud entre hombres y mujeres.

Pero ese cambio, asegura el estudio del CED-UAB, «debe verse acompañado por el diseño de políticas que mitiguen las desigualdades entre y dentro de los diferentes grupos socioeconómicos, especialmente si se considera el margen de mejora aún existente, controlando, por ejemplo, los factores subyacentes a la mortalidad evitable, relacionados con los hábitos y estilos de vida, con las condiciones laborales y el status, con aquello denominado la “alfabetización en salud” (health literacy), con el uso del sistema sociosanitario, entre otros.»

Según los autores del estudio, los investigadores del CED-UAB Amand Blanes y Sergi Trias-Llimós, «estos factores remiten a las fuertes desigualdades sociales y económicas existentes en nuestra sociedad. La necesidad de articular políticas que afronten la raíz de esas desigualdades será todavía más perentoria por los efectos sociales y económicos derivados de la COVID-19».

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