Sí, una familia débil y desestructurada puede tener repercusiones significativas en la educación de los hijos. Las investigaciones y estudios en el ámbito de la educación y la psicología muestran que la estructura y estabilidad familiar juegan un papel crucial en el desarrollo académico y emocional de los niños.
Según el último informe ‘Constitución y familia. Un principio fallido’, elaborado por el Centro de Estudios, Formación y Análisis Social (CEU-CEFAS), en diversas cuestiones clave el Estado no protege a las familias, contraviniendo lo que establece al respecto la Constitución de 1978 (“CE-78”), y la familia en España es ahora mucho más débil que lo tradicional en nuestro país con anterioridad a la etapa constituyente de 1977-1978.
Lo es con relación a su formación (muy baja nupcialidad) y a su estabilidad (muy alta divorcialidad). Y, sobre todo, y muy ligado a lo anterior, lo es en relación con «algo letal» para la sociedad si no se corrige: la baja tasa de fecundidad. Todo ello, además, lleva a un gran empobrecimiento afectivo y altas tasas de soledad en la infancia (por falta de hermanos, y muchas veces de uno de los progenitores en el hogar, generalmente el padre), y en la edad adulta y la vejez (por más y más gente que no convive con una pareja estable y/o no tiene hijos).
Como se recoge en el estudio, los datos sobre el divorcio en España desde que es legal «no son precisamente la historia de un éxito en los últimos 45 años en la protección de la familia -un mandato constitucional-, sino todo lo contrario», refieren los autores del estudio.
La tasa de “fragilidad matrimonial” (número de divorcios por cada cien bodas) ha superado el 60% en 13 de los últimos 18 años. Con las pautas de ruptura conyugal que hay, al menos 50% de los matrimonios se acabarían separando. De ellos, un tercio se separa antes de los 20 años de casados y la quinta parte, en los primeros 10 años.
Desde comienzos de los años 80 se han roto unos tres millones de matrimonios legales. Fruto de ello, de 3,5 a 4 millones de niños y jóvenes han sido afectados directamente por la separación de sus padres. El divorcio, advierte el estudio, empobrece a los hijos no emancipados en lo económico y produce daños afectivos, con riesgo incrementado de necesitar tratamiento mental-emocional, así como de posibles perjuicios en el campo educativo-formativo, y por ende, en su futuro éxito profesional y nivel de vida como adultos. Además, al menos 1,5 millones de adultos casados se divorciaron contra su voluntad.
Daños ‘educativos’
Los niños que provienen de familias desestructuradas a menudo enfrentan dificultades para concentrarse en sus estudios debido a la inestabilidad emocional y el estrés constante. Esto puede traducirse en un bajo rendimiento académico y dificultades para seguir el ritmo de aprendizaje en comparación con sus compañeros.
Igualmente, en familias donde los padres están ausentes o no están comprometidos con la educación de sus hijos, los niños pueden recibir menos apoyo con sus tareas y menos estímulo para tener éxito en la escuela. Además, los niños de familias desestructuradas son más propensos a desarrollar problemas de conducta, como agresividad, rebeldía y dificultades para seguir normas y límites. Esto puede afectar su capacidad para integrarse adecuadamente en el entorno escolar y social.
Y en un tiempo en que se habla tanto de la salud mental en al escuela, la inestabilidad familiar puede aumentar el riesgo de problemas emocionales como la ansiedad y la depresión, lo que puede interferir con su capacidad para aprender y participar en la escuela.
A todo ello se suma que la falta de un entorno familiar estable puede llevar a problemas en el desarrollo de habilidades sociales. Los niños pueden tener dificultades para formar y mantener amistades, lo cual es crucial para su desarrollo social y emocional, sin menospreciar los efectos de la inseguridad y la falta de apoyo emocional, que pueden afectar negativamente la autoestima de los niños, haciéndolos menos propensos a participar activamente en la escuela y a asumir roles de liderazgo o participación en actividades extracurriculares.
Natalidad en caída libre
Aún más importante para la sostenibilidad futura de la sociedad y el bienestar afectivo de los españoles, y muy ligado a la caída de la nupcialidad y la alta divorcialidad, es que el número medio de hijos por mujer ha caído en más de un 50% desde 1976, cuando comenzó la Transición entre el franquismo y la democracia.
Desde 1981, la fecundidad en España, medida en hijos por mujer, es inferior a 2,1, el llamado nivel de reemplazo, que asegura que haya relevo generacional. Entre 1979 y 2022, su valor medio fue de 1,40, lo que implica que cada nueva generación de españoles es un tercio menos numerosa que la anterior. Peor todavía, desde hace varios años es inferior a 1,2 hijos por mujer, lo que entraña que cada nueva generación de españoles será en torno un 45% menos numerosa que la anterior.
La sociedad española está envejeciendo de manera acelerada por falta de niños y savia joven. Desde hace más de diez años, en España el número de nacimientos es menor que el de defunciones, y por un margen creciente, de más de 100.000 al año en total en la actualidad, y de unos 200.000 para los españoles autóctonos. En la primavera de 2024 se ha llegado a una pérdida acumulada de 1,5 millones de españoles autóctonos desde 2012, por más fallecimientos de personas nacidas en España que nacimientos de bebés con madres nacidas en España, «una merma tan preocupante como desconocida por los españoles», advierten sus autores.
Grandes desprotecciones económicas a las familias
Las familias y su patrimonio sufren una presión fiscal efectiva que duplica la previa a la CE-78, incluyendo impuestos confiscatorios, en gran parte por claros despilfarros, ineficiencias e inequidades regionales en el gasto público. De 1978 a 2023 ha habido un paro medio del 17% -y el desempleo juvenil, muy superior-, muchísimo más que antes de la CE-78.
En relación a la renta media disponible, comprar una vivienda es mucho más costoso que hace 45 – 50 años. La deuda pública actual, resultado de sucesivos déficits fiscales, hipoteca a cada familia con más de un año completo de su renta. En 1976, apenas había deuda pública.
A mediados de los años 70, en promedio, los españoles pagaban, entre impuestos directos e indirectos de todo tipo, incluidas las cotizaciones a la Seguridad Social, un 20% o poco más, en total, de lo que ganaban. Ahora, acaban pagando de media del 40% al 45%, incluyendo impuestos a su patrimonio acumulado después de pagar impuestos por las rentas obtenidas para poderlo acrecentar, de forma inmediata cada año o bien al fallecer e ir a disponer de ese patrimonio sus legítimos herederos.
Y una parte de los impuestos que se pagan «llegan a lo confiscatorio -como gravarse ganancias patrimoniales aparentes, aunque la inflación entre la adquisición de un activo y el momento de su venta supere su revalorización nominal, o el caso de personas que pagan en impuestos más del 50% de lo que ganan-, pese a ser algo prohibido por la propia Constitución», recuerda el estudio.
Los autores agrega, en este contexto, que «hay claras -e inconstitucionales- inequidades interregionales en prestaciones-impuestos: el cupo fiscal al Estado del País Vasco y Navarra es bajísimo, lo que permite gastar allí mucho más en prestaciones y servicios públicos por habitante».
A todo esto, prodigue el estudio, «mucho se ha incumplido la Constitución en materia de vivienda y de suelo, con grave perjuicio para las clases populares y los jóvenes en edad de emancipación del hogar paterno. En las últimas décadas se han hecho en España grandes fortunas por promotores inmobiliarios que compraron suelo barato no urbanizable en zonas urbanas, posteriormente recalificado por el ayuntamiento de turno como apto para la construcción de viviendas u otros usos».
La otra cara de esa moneda ha sido el encarecimiento que la «recalificación selectiva» de suelo ha entrañado para el comprador de vivienda. De forma correlativa, en España se ha tendido a construir mucha menos vivienda protegida, una de las grandes claves del acceso masivo a la vivienda en propiedad de los españoles de clase media-baja y baja en los 60 y 70. En 1978, en torno al 40% de los españoles residía en una vivienda de protección oficial construida en los 35 años previos, porcentaje que superaría ampliamente entonces el 50% entre la mitad menos pudiente de la población.
Finalmente, en los últimos años las cosas han empeorado por aflujo masivo de inmigrantes con necesidades de vivienda, «la negligencia o tolerancia oficial» ante la “ocupación de viviendas”, y la vuelta reciente a la sobreprotección legal de los inquilinos morosos, así como de los impagadores de préstamos para adquisición de viviendas que moren en ellas.
El resultado de todo lo anterior ha sido y es una mayor dificultad de acceso a la vivienda, y en especial para los jóvenes y las familias de clases media-baja y baja. Y, por ende, más dificultad para la emancipación de los jóvenes del hogar paterno, que se ha retrasado en media desde los 25 años a mediados de los 70, a unos 30 años en la actualidad, con un efecto negativo en la tasa de fecundidad.
Mejora de la esperanza de vida
En materia de sanidad, que tanto valor tiene para las personas concretas y sus familias, en líneas generales, y sin entrar a analizar la eficiencia en el gasto público en este punto, el artículo 43 de la Constitución sobre protección de la salud se ha cumplido hasta ahora satisfactoriamente.
España ya había convergido en esperanza de vida con la Europa rica en 1975-1976, partiendo de bastante menos en 1900. En los últimos 45 años, España se ha situado en cabeza de la UE en esperanza de vida, que ha crecido en todo el mundo en general, pero más aquí que en el grueso de países desarrollados.