De toda la vida, el patio era la expresión máxima de la libertad para unos jóvenes escolares que entendían la educación obligatoria como una obligación no bien comprendida del todo. Ni las hormonas ayudaban, ni la aparente rigidez del tradicional aprendizaje, que obliga al alumno a estar sentado alrededor de una hora y al tanto de lo que se diga en clase.
Eso no convierte el aula en una sala de torturas, desde luego que no. Y menos en estos tiempos en que las aulas son espacios donde cada vez más se experimentan con usos y herramientas que las hagan más atractivas, aunque, bien debe saberlo el alumno, que no se engañe: al cole se va a hacer un esfuerzo.
En este contexto, el patio es, sin duda, ese periodo de tiempo en el que el estudiante más pequeño olvida por unos treinta minutos que poco antes debía estar más que pendiente de su profesor y de sus enseñanzas, y al más adolescente la oportunidad de aprender a socializar con los demás.
Pero ahora el patio aspira a ser algo más que un lugar donde tomar el aire, desfogarse con una carrera para aquí y otra para allá o jugar a enamorarse de la chica del B. El patio puede ser también una oportunidad de que todos sean un todo, o, lo que es algo similar, nadie quede excluido por la razón que sea.
Es lo que se ha venido en denominar un ‘patio inclusivo’, siguiendo la modalidad de definición de otros escenarios, como el ‘lenguaje inclusivo’ o la ‘sexualidad inclusiva’. En realidad, todo puede (o debe) ser inclusivo ¿por qué no un patio, la antesala de la sociedad a la que esos chavales se enfrentará sin el amparo de sus padres más pronto que tarde?
¿Que hay un niño o niña que no habla euskera y sus compañeros de clase le señalan por ello?, pues inclusión al canto: todo a hablar español o a enseñarle en el tiempo de recreo a hablar el euskera, o el catalán, o el gallego, o el valenciano. Es solo por poner un ejemplo.
Porque por no inclusión se podría entender la de aquellos menores con religiones diferentes a la mayoritaria, o a ninguna; o por su modo de vestir o de sentirse afectivo-sexualmente; o porque se trata de un escolar con necesidades especiales… Existen cientos de razones por las que un colegial puede sentirse excluido en un entorno en el que se está tan cerca unos de otros.
Dicho y hecho, el Gobierno vasco se ha puesto manos a la obra y ha aprobado una convocatoria de ayudas para la realización de obras que permitan la creación de patios inclusivos “para el aprendizaje y la construcción de relaciones y experiencias de calidad basadas en la igualdad y el respeto por la diversidad”.
El concepto patio inclusivo, como ya se ha apuntado, hace referencia a crear espacios y momentos de juego durante el tiempo del recreo en el que todos los niños y niñas del centro escolar puedan realizar actividades lúdicas de su interés desde una perspectiva inclusiva y coeducativa. Así lo entienden las autoridades educativas vascas y a ello se ponen.
Esta convocatoria se desarrolla en línea con el “II Plan de Coeducación para el Sistema Educativo Vasco del Departamento de Educación: en el camino hacia la igualdad y el buen trato”. Este plan pone el foco, entre otros muchos aspectos, en los espacios de recreo, e insta al diseño de otro tipo de patios escolares, a repensar esos espacios destinados al juego, a crear –en definitiva- unos patios inclusivos donde las actividades y la distribución de los espacios están diseñados para facilitar unas relaciones más igualitarias y un uso más equitativo de los mismos.
Se trata, explica el Gobierno vasco, de posibilitar espacios coeducativos, patios donde predomine la convivencia, independientemente del sexo, la edad, la orientación sexual, las capacidades y la expresión del género.
La única limitación de esta iniciativa, de momento, es que las zonas de recreo lo son solo para centros escolares públicos de Educación Infantil y Primaria, cuyos inmuebles son de propiedad municipal. Con un importe global de 7 millones de euros, se trata de una convocatoria que fomenta la creación de patios inclusivos en los citados centros escolares. Todo se andará.